Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
165 este estreno. Declara su irrestricta admiración por Corneille y si bien lo opone a Richelieu, realza los aspectos positivos del cardenal, aque- llos que exhibían su carácter moderno y civilizado pese a su dureza. 201 Como Bello, Corneille había sido un jurista tímido, reacio al pleito, pero arrastrado a él. Bello hizo, como Corneille —según las palabras de Croce—, desaparecer la poesía pura, la disolvió en su espíritu dra- matúrgico y fue lisonjero con el poder de los barones. Joaquín Ed- wards Bello decía que el Código Civil se había impuesto gracias a que Bello había hecho creer a los “figurones” de entonces que habían sido ellos mismos los redactores, cuando en realidad no habían sino con- formado una inútil comisión. Como diría el mismo Bello en el Con- greso el año 1833 , “la elección de los compiladores, aunque no fuese la más acertada, sería siempre un gran bien, pues serviría para desterrar de los tribunales la vacilación y la incertidumbre y para uniformar sus decisiones (…) Cada uno de los colaboradores podrá encargarse separadamente de una parte”. 202 201 En su artículo “Revista del teatro”, publicado en El Araucano , número 145 , el 21 de junio de 1833 . Escribe Bello: “De un orden muy superior es El Cid representado el domingo último. Esta pieza hace época en los anales del teatro francés. En el Cid , primera tragedia regular que vio la Francia, y aun puede decirse la Europa moderna, el gran Corneille se elevó de repente al nivel de lo más bello que en este género nos ha dejado la antigüedad clásica, y aun en sentir de muchos, lo deja atrás. Es verdad que Corneille debió a dos comedias españolas ( El Honrador de su Padre , de Diamante, y El Cid , de Guillén de Castro), no sólo toda la acción de la pieza, casi lance por lance, sino algunos de los más hermosos rasgos de pundonor caballeresco y de sensibilidad que la adornan. Pero también es justo decir que en las composiciones españolas de que se valió, no se descubre más que el embrión de la lucha sostenida de afectos, con que nos embelesa y arrebata Corneille, y ante la cual todas las otras bellezas del arte, como dice su sabio comentador, no son más que bellezas inanimadas. A ella se debió sin duda el suceso, hasta enton- ces nunca visto, que tuvo en París esta tragedia, no obstante la oposición formi- dable de un partido literario a cuya cabeza estaba el cardenal de Richelieu. Y no se limitó su celebridad a la Francia: el autor tuvo la satisfacción de verla traducida en casi todas las lenguas de Europa”. Con todo, Bello pasa a celebrar la figura de Richelieu. Ve en el cardenal un agente de rara tolerancia. “Richelieu que azuzaba a los émulos de Corneille, y excitó a la Academia Francesa a escribir la censura del Cid, vio esta pieza con los ojos de un primer ministro, que creía tener moti- vo para desfavorecer el autor. Pero no por eso le retiró la pensión que le había dado. Richelieu, en medio de los importantes negocios de una administración, que tanto peso tenía ya en la política de Europa, Richelieu, blanco de las facciones que agitaban la Francia y de las intrigas de palacio, protegía con munificencia las letras, hallaba tiempo para cultivarlas él mismo, y contribuyó no poco a la forma- ción del teatro francés. Los preocupados que entre nosotros condenan el teatro, sin conocerlo, debieran tener presente el ejemplo de este cardenal ministro”. Be- llo (Vol. IX, pp. 702 - 3 ). 202 “Codificación del derecho civil”, en Bello (Vol. XVIII, pp. 213 - 4 ).
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