Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

159 Como ya he señalado, es el teatro el género donde el autor se calla y deja hablar a otros, que no son enteramente él mismo. Los tauros no tendrían, sin embargo, por qué entender esta diferencia abismante que existe entre la alocución y la palabra dramática. Debió haber sido difícil para Bello compatibilizar el espíritu dra- matúrgico del dejar hablar a los personajes con la sensibilidad cató- lica del público chileno que asistiría a presenciar la obra que llegaba vía Bello. La obra arriesgaba transformarse en la mera declaración blasfema de un poeta novedoso. Eso constituía su ruina. Bello entendía que el arreglo consistía precisamente en traducir el espíritu, adaptar las categorías para que fuesen experimentadas sin oponer resistencia idiosincrática. Hay quien podría ver en tal compatibilización for- zosa una manifestación de la beatífica república católica del siglo XIX. Eso sería aplanar la geografía espiritual que luce esta historia desconocida entre Bello y el teatro romántico francés. Al “arreglar” así las cosas, Bello relajó la resistencia que podría generarse frente a un dramaturgo que toca temas tan propios del sacramento de la extremaunción. Al arreglar, podían los personajes recuperar su re- levancia, desaparecer el autor del pecado, y hablar las muchas con- tradicciones al interior de la pieza y no las oposiciones previsibles e inmediatas a la pieza desde el público. Y es que el espíritu dramatúrgico, además, dice relación con un jue- go de telones, de separaciones, de recintos, ambientes escenificados en base al diseño de la ilusión, la ilusión óptica; sábanas, manteles, pañue- los (esos objetos de la civilización según Elias). Por eso, tras la ilusión (en este caso, el velo, por ejemplo, de la ignorancia de John Rawls), la sociedad debe ser pensada de tal modo que quien se apresta a estre- narse en ella, es decir, rasgar el velo y entrar en el juego, le sea más o menos indiferente qué rol cumplirá en él. Si la sociedad es arbitraria, si la naturaleza es injusta, la teoría liberal señala que al menos, según su juego, no lo será tanto. El estado liberal no resuelve ni debe resolver sus contradicciones. Su juego es permitir el juego. El liberalismo rehúye, tanto como puede, comprometerse con una única tesis. No es que, en efecto, no lo haga, pues lo hace, y al parecer mucho. Su juego es parecer —y no necesariamente aparentar— que no lo hace.

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