Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
154 Usía solicitando el remedio oportuno, i esperando de su celo que inmediatamente dictará las providencias más eficaces para que se terminen enteramente semejantes abusos, los que, según entiendo, son perjudiciales al mismo teatro, porque, por ellos, no son pocas las personas que se retraen de frecuentarlo. 178 Bello se opuso a la censura. Sostuvo que, a pesar de la ferocidad de la Inquisición, se sabía que todos los autores ilustrados habían circu- lado clandestinamente por América hispana. Por lo mismo, se hizo una comisión, en que participó Bello, que asistiera al eclesiástico encargado de la censura. Pero Bello fue siempre muy contrario. Era, al parecer, un censor en exceso relajado. 179 El encargo que se le había hecho, en virtud de su fama, le permitía aflojar las riendas. Pero, como se ve, el clero más alto intrigaba en su entorno para no lograr sino la censura previa. Con todo, también recibía dardos del otro lado. La prensa opositora deslizó que en esa actividad, Bello había 178 Citado en Miguel Luis Amunátegui, ibid. , p. 257 . 179 Sin embargo, intentaba hacer entender a los más permisivos que era necesaria una oficina de censura, pero que estuviera ocupada por gente no eclesiástica. En el artículo “La introducción de libros perniciosos”, publicado en El Araucano , número 139 , del 10 de mayo de 1833 , explica: “Al crear la junta de censura se pro- puso el gobierno mitigar las reglas establecidas para la introducción y circulación de libros, y levantar la proscripción de gran número de obras, a que se ha dado lugar en los índices expurgatorios sin más motivo, que el de sostenerse en ellas los principios mismos que legitimaron nuestra gloriosa revolución, y que forman la base de nuestro actual gobierno, y de todo sistema político en que se consul- tan los votos e intereses del pueblo. Mediante la creación de esta junta se han hecho accesibles a la juventud estudiosa y al público muchas obras tildadas antes injustamente por la censura inquisitorial, y necesarias para el cultivo de las cien- cias”. “La introducción de libros perniciosos”, en Bello (Vol. IX, p. 719 ). Tiempo después en un artículo “Los inconvenientes de la censura”, publicado en El Arau- cano , número 212 , del 3 de octubre de 1834 , ofrece razones económicas contra la censura: “La censura aumenta el precio de los buenos libros, porque tal es el efecto natural de toda traba; no impide la circulación de los males; y ocasiona un tráfico de contrabando, que ofrece ganancias seguras a los infractores de la ley. Así, lo que pierden el comercio legítimo y la ilustración, no lo ganan la religión ni las costumbres; y aun puede decirse que cede en daño de la primera, haciéndola gratuitamente odiosa, y de las segundas, proponiendo alicientes a un lucro ilícito [...] La censura de libros [...] es por su naturaleza un juicio arbitrario, en que tendrán siempre mucha parte las luces, discernimiento y carácter individual de los censores. Mas en obsequio de la justicia debemos decir que las personas que al presente la ejercen, han desempeñado tan delicadas funciones con liberalidad e indulgencia, y no han recurrido [...], al Índice de la Inquisición, para reglar por él sus fallos. Así es, que se han dejado circular sin embarazo todos aquellos libros que estaban prohibidos por motivos puramente políticos”. “Los inconvenientes de la censura”, en Bello (Vol. IX, p. 722 ).
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