Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
144 nerviosa pero tajante. Nada más distinto del tono anestésico de Andrés Bello, cuyos exabruptos estaban siempre anunciados por los fraseos in- troductorios, esos modos de la poesía neoclásica. Para decirlo de otro modo, de exabruptos no tenían nada. Es en este punto cuando aparece Juan Bello con su proyecto en la Cá- mara. 161 Y es a partir de los revuelos que genera el proyecto el mismo día de su promoción, que se sabrá del padre, Andrés Bello, diciendo a la luz de las velas que el proyecto de su hijo era incompatible con el artículo de la Constitución que trataba de las vinculaciones de los mayorazgos. Durante y después de la polémica en torno al proyecto del dipu- tado Juan Bello, su padre Andrés afinaba los detalles del suyo. Así, en las sesiones ordinarias de 1852 , se discutió el proyecto del “sabio, ponderado y respetado jurista [...] que a su profundo conocimiento de la ciencia jurídica unía el fervoroso anhelo de las soluciones con- ciliadoras y justas”. 162 Bello sostuvo que se había visto forzado a redactar él mismo, y solo él, el proyecto, puesto que los demás miembros de la comisión encar- gada no se habían reunido: “Su invencible modestia le impedía expre- sarse en otro tono”. 163 El proyecto se discutió, se aprobó y finalmente hubo ley promul- gada el día 14 de julio de 1852 . En tanto, el 21 de julio de 1857 se promulgó una segunda ley que desamortizó los fundos rústicos y urbanos no comprendidos en la anterior, que estaban sometidos a prohibición de enajenar. 161 Las relaciones de Juan Bello con la juventud liberal y romántica serán muy estre- chas. Cuando muere —estando todavía vivo su padre—, Francisco Bilbao escribe una carta al viejo maestro. La carta está fechada en Buenos Aires, a 6 de enero de 1861 , y señala: “Mi respetable señor: Y yo también vengo a renovar vuestro dolor sagrado. Juan mi condiscípulo, amigo de juventud, correligionario político, compañero de meditación y entusiasmo; Juan, la alegría de nuestras reuniones juveniles, amigo de todos, inteligencia luminosa, corazón profundo de ternura, encanto de nuestras horas de solaz por su sinceridad, su brillo, y su entusiasmo, y en la virilidad de su genio y de su edad ha sucumbido, sin que el dolor de sus amigos, ni las esperanzas frustradas de la patria, ni la inocencia de sus hijos, ni las sombras de sus hermanos, y lo que es más, sin que la imagen de sus padres encor- vados bajo el peso de una inexorable suerte, fuera bastante a detener la muerte”. Epistolario II, en Bello (Vol. XXVI, pp. 395 - 6 ). 162 Donoso ( 1946 , p. 166 ). 163 Ibid., p. 167 .
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