Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

129 era el fundador? El fundador era a menudo un ancestro, casi mítico, que había conseguido un privilegio real. Ese privilegio era el de ligar sus bienes, el de generar este monumento patrimonial para la poste- ridad. Se aseguraba así ese fundador que su gloria pasaría incólume de generación en generación sin verse deteriorada por descendientes que no estuviesen a la altura de las circunstancias. Así, casi siempre, el mayorazgo solamente podía incluir bienes nuevos al vínculo, re- novando la fundación, pero nunca restar los viejos, porque eso sig- nificaba contradecir la fundación y con ello destruir la esencia de su calidad de mayorazgo, que nacía y moría en la fundación. El pasado fundacional ejercía así sobre todo momento presente una atracción atávica. La vinculación del mayorazgo desconocía, o bien aborrecía, la lógica capitalista de la inversión. Ningún bien podía ser enajenado para adquirir otros nuevos. Además, estos bienes no podían ser em- bargados, ese era el principal privilegio. Estaban fuera del comercio, ante una, digamos, obligación extracontractual, en la cual el poseedor del mayorazgo era el demandado, y el demandante no podía pagarse con los bienes vinculados. El mayorazgo no cometía delito, se decía; el poseedor sí. La vinculación flotaba sobre la historia humana, sobre- volaba la tierra sin nunca ligarse a la vida. En el mayorazgo todo el poder recaía en solo un miembro de la fa- milia, dejando al resto en una segunda calidad. Muchos genealogistas chilenos aducen y aducían que las familias fundadoras de Chile eran miembros de estos clanes secundarios que vivían al alero del posee- dor del mayorazgo español. Sea como fuere, lo cierto es que pronto algunos de los primeros habitantes de Chile recibieron este privilegio desde la Corona, acaso como un premio al esfuerzo. La mayor parte de los mayorazgos que hubo en Chile surgieron en el siglo XVIII y se extinguieron en el siguiente. tensiones del mayorazgo Pues bien, desde el momento mismo de la Independencia, hubo reiterados intentos por abolirlo. Juan Egaña y José Joaquín de Mora discutieron, en los años veinte, sobre la posibilidad de eliminar la

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