Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

118 investigaciones acerca de estos asuntos. Su primera regla es que esa influencia debe estar mediada por la plausibilidad racional de aquello que se propone, acaso una manera que tuvo Bello de sobrellevar su timidez, o sea, la ausencia de un carisma. 130 Al volverse un intelectual ineludible de la república, no solamente se hace necesario, sino que además promociona la utilidad de su gremio, el de los intelectuales, el de las autoridades del intelecto o del espíritu, en los términos de esos días. Al corregir la gramática de todos aquellos que a su alre- dedor escriben —tachando los periódicos, revisando las placas de la imprenta—, no es que Bello haga un simple ejercicio de sus afanes pedagógicos: hace florecer la conciencia del error y deprime lo infali- ble de la inspiración y el genio, inocula el preciosismo hasta volverlo pandemia y, así, su alto ideal genera una culpa, culpa de la cual, a dife- rencia de las religiosas, quienes las cargan no se liberan confesándola auricularmente, sino que corrigiéndose, mejorando la ortografía, pre- cisando el estilo, imaginando según las posibilidades de la gramática. Ese es el hábito gramático que promueve la autoridad de Bello; es un sacerdote de la corrección, de la tacha, el borrón gramatical, no de la confesión del cuerpo del delito. No es el orden de Bello aquel que ridiculizó Bertolt Brecht cuando hace decir al juez de El círculo de tiza caucasiano : “No rectifico nada de lo que hago, de lo contrario no ha- bría orden”. 131 Bello no busca autoridad sobre los cuerpos rigidizados. Le basta con ser una autoridad de las escrituras, que es una manera de ser una autoridad del espíritu, especialmente cuando la escritura rea- liza el ideal del perfeccionamiento del pensamiento, que es lo propio del hábito gramático, acerca del cual Bello insiste hasta el hartazgo. A raíz de lo anterior hay otro aspecto que, considerando a Bello un escritor, resulta sospechoso. Vemos que Bello recurre a distin- tos tonos en el discurso. Esos tonos dependen de su público, de su 130 La timidez de Bello es todo un tema aparte que ha sido bastante mal llevado. Su bisnieto, Fernando Vargas, en base a similitudes de prosa, que él observaba, y al hecho que el segundo apellido de Bello y Montaigne era López, conjetura que su timidez pudo deberse a su origen judío. Pero, por sobre eso, le parece que fue el “respeto reverencial colectivo” el que no se atrevió a indagar más en la persona de Bello, prefiriendo confinarlo a ese distante “don” que se le prodigaba, hipótesis mucho más plausible. Vargas Bello ( 1982 , pp. 10 - 1 y 15 ). 131 Brecht ( 1957 , p. 78 ).

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