Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

117 continúa disfrazada—, hace ver que esa cláusula penal habla de carne y no de sangre. Por lo tanto, la carne humana de Antonio puede ser retirada de su cuerpo, pero en la intervención no se está permitido derramar ni una gota de sangre. Esta razón de texto, esta interpreta- ción del jurista, acorrala a Shylock, quien cae en desgracia. Pues bien, en El mercader de Venecia quien formalmente decide es el Dux, pero quien realmente decide es el jurista. A pesar de no estar revestido del poder de Dux, el jurista habla y sus palabras, en virtud de su sentido y su persona, generan sentido. La auctoritas del jurista bastaba para decidir. Esta era una auctoritas que Bello —en cierta manera— intenta re- vivir, haciendo que sus propias actividades confirmen la rectitud de sus intenciones. Es un hombre público a cabalidad, cuyos actos son la confirmación permanente de su calidad autoritativa (en los que, por supuesto, importan a la opinión pública de ese entonces, hay que decirlo). En esto no está autorizado por el poder ni es manifestación autoritaria del poder. Y claro, es Bello quien piensa y redacta muchas de las leyes. En Chile será senador, un legislador en el sentido positivo y estricto del término, pero también lo será en otras repúblicas latinoamericanas. Será legislador de esas naciones que adoptarán su Código Civil , Co- lombia y Ecuador —y no, en cambio, el célebre de Napoleón como lo hicieron otras— con motivo de su autoridad, su fama de jurista o, para decirlo de manera menos imprecisa, por la calidad de su obra jurídica, del texto. Además —en tanto que redactor del Código Civil —, Bello irá explicando a la opinión pública los principios que lo animan, las soluciones a las que ha llegado. Divulga la razón y la hace necesaria, la explicita, la desliza: la propone, no la sobrepone. Las notas de prensa en El Araucano son clara muestra de esta pedagogía pública que crea un escenario propicio para el Código Civil . No es un poderoso, es más bien una autoridad, y no es una mera autoridad política, es una autoridad del espíritu. No debe entonces sorprendernos que el Bello ceñudo diga creer en la libertad política, en la libertad de las artes. Él no confía en regla- mentaciones que procedan de seres distintos a quienes hacen la polí- tica y el arte. Pero no por eso Bello se resta de opinar, de divulgar sus

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