Estéticas menores

MICROPOLÍTICAS DE LA... Fabián Gímenez Gatto 61 Esta desnudez segunda -puntuada por tinta, metal y tintes de cabello- es modelada, dócilmente, a partir de la actualización de una reserva de gestos, poses y posturas provenientes de las convenciones representacionales del pin-up y de la fotografía cheesecake. El aggiornamento alternativo de estas formas fuertemente codificadas de imaginería erótica se remonta, al menos, a la fotogenia de Bettie Page durante la década de los cincuenta, así como a su renacimiento, como objeto de culto, de la mano de figuras como Dita Von Teese, desde inicios de los noventa. Este sensibilidad retro y salvajemente citacional parece dejar poco espacio para la experimentación, produciendo, en cambio, un erotismo bastante derivativo, afectado y previsible, en la mejor tradición de la feminidad como mascarada: una sensualidad fríamente calculada a través de gestos estereotipados, poses repetidas hasta la náusea, lánguidas miradas a la cámara, formas de coquetería peligrosamente cercanas a lo cursi... en fin, pura performatividad fotográfica. Quizás ahí radique el encanto, un poco ingenuo e infantil, de las Suicide Girls. A estas alturas, cabría preguntarse qué hay de alternativo en este universo imagístico que constituye, querámoslo o no, el objeto visual paradigmático del altporn, su figura más canónica hasta la fecha. No demasiado. No hay muchas diferencias, en términos representacionales, entre una playmate y una suicidegirl, aparte de una serie de significantes de lo alternativo inscritos en el cuerpo de la segunda. Más que una ruptura, creo que existe una línea de continuidad. parecidos de familia más que evidentes entre las formas más amables de pornografía softcore y el porno alternativo, al menos en sus encarnaciones más populares y estandarizadas.

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