La intensidad del acontecimiento: escrituras y relatos en torno a la performance en Chile
41 de la vida y determinan material y simbólicamente la manifestación sensible de su partición. Lo propio de la doctrina estético-política de Ranciere es, si se quiere, su carácter de estética “abierta”, transformacional. En ella todas aquellas características que son las propias del arte post-representacional y que dan forma a su expresividad específica, esto es: la hibridación, lo ambiguo, lo procesual, la liminalidad, lo mezclado, lo inconcluso, lo efímero, lo mutable, etc., todo ello no aparece como lo irreconciliablemente opuesto a la estética, como un conjunto de prácticas orientadas hacia la destrucción de la estética, sino como el surgimiento de las manifestaciones que serán las propias de una “nueva estética”, de un nuevo ordenamiento de lo sensible. Ciertamente, en sus inicios, la estética aspiraba a ser una ciencia, es decir a establecer las leyes de los fenómenos sensibles, ello con el consiguiente riesgo de inaugurar un régimen formal que hubiese podido llegar a ser intolerable, pero, precisamente porque había instituido un espacio propio, independiente, no sujeto a normas sobredeterminadas, la estética contenía en sí los mecanismos de su auto-rectificación. Así, pareciera que cada vez que se presenta la amenaza de una esclerosis en la configuración estética de lo sensible, un movimiento caótico de transformación se produce, un fenómeno de desarticulación que anuncia el advenimiento de una nueva estética. Ello se comprueba por el hecho de que periódicamente el mundo del arte es sacudido por profundas crisis que casi siempre evolucionarán hacia la emergencia de un nuevo régimen estético. Se demuestra también por aquellos casos en los que se ha intentado, infructuosamente, imponer a la actividad artística una normatividad que persigue fines ajenos a aquellos que son los propios del arte. Inicialmente, el arte “estético” llevó a cabo la labor de “puesta en visibilidad” mediante la representación Sin embargo, los trabajadores del arte no podían permanecer inermes frente a las limitaciones de la representación. Hacía falta ahora conquistar los dispositivos que permitieran unir arte y vida, llevar el arte a la vida o, quizás, hacer de la vida social e individual un ámbito estéticamente configurado. Se puede también enunciar ese objetivo como la superación de la acostumbrada separación entre artista, obra y espectador, o también como el pasaje desde la mera representación a la co-presencia Jorge Michell
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