La intensidad del acontecimiento: escrituras y relatos en torno a la performance en Chile
149 los cimientos de nuestras variadas identidades, condición social y desarraigo, como fundamento de nuestra visión de la presentación/representación . Quería investigar hasta lo más profundo las condiciones actuales en las que como creadores escénicos nos encontrábamos. Demás está decir que esas condiciones, que obviamente serían desde un principio adversas, influirían no solo en nuestra conducta sino en la forma de mirar el mundo. El logos nos estaba abriendo otro tipo de trascendencia a la que no nos podríamos negar, siempre que estuviéramos dispuestos a desarticular el topos de nuestro pensamiento, de nuestra corporalidad. Se comenzaría por la consciencia de la exclusión que nos abriría los sentidos hacia una estructura diversa de análisis que correspondería a la marginación surgida por una confrontación de culturas, lo que nos llevaría a otra razón, o para decirlo de diferente manera la razón de la Otredad que nos descubriría la antinomia al interior de nosotros mismos. El teatro en exilio correspondía a la inercia pedestre de un costumbrismo o parroquialismo desplazado de tiempo y lugar, en busca de ciudadanía, lo que me parecía completamente anacrónico. Me interesaba la expresión artística que tendría que aflorar en un mundo hostil con el que tendríamos que convivir sin conocer sus códigos de aceptación o rechazo. Comencé entonces a ir a diversos puntos donde los exiliados se concentraban, y a observar sus comportamientos cuando se encontraban juntos y cuando tenían que estar solos enfrentados cotidianamente a una sociedad que no habían elegido, sino a la que habían sido arrojados de un día para otro. Pude observar múltiples características que unían a los exiliados, en el Bronx, en Harlem, en Lyon, en Montreal, en Gibraltar, desde la gestual a la colocación de la voz, utilizando resonadores que no habrían sospechado que existían cuando vivían en su tierra natal hablando el idioma materno. Después de estudiar esto varios años constaté en ellos, en mí, una obligación de “ser” en la fractura de sí en tierra ajena, en el nomadismo de la corporalidad. Comencé entonces a estudiar el lugar escénico como el espejo destrozado sobre el que teníamos que encadenar los “yo” fracturados, redefiniendo totalmente el cosmos que nos albergó un día en otro espacio, en la ceguera de las imágenes que trataríamos de proyectar. El enlace entre la ceguera, el espejo roto y la fractura que teníamos que crear Alberto Kurapel
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