Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
92 La pandemia bien pudo ser creada por una secta que pretende anular la realidad. No hablo de los datos que el ministro Manialich escondía en la jungla estadística hasta que los periodistas lo corregían y él daba unas explicaciones que no nos convencían mucho. Pero eso era solo como jugar al pillarse. Lo que aquí está operando es algo mucho más serio. Por ejemplo, antes de que empezara este trastorno, el mundo era ordenado por el mercado. Se había establecido, incluso constitucionalmente, que el Estado no tenía que meterse en nada porque el mercado, al que se le había dado el apodo de “la mano invisible”, lo regulaba todo. De pronto la mano invisible parece que entró en cuarentena, o se desinteresó de todo lo que estaba pasando, porque no había plata que agarrar. Las autoridades tuvieron que empezar a reconstruir apresuradamente el mismo Estado que habían demolido y de paso saqueado, y la mano invisible pareció esfumarse: tal vez se había dedicado a escarbar narices invisibles para extraer mocos invisibles, o a aprovechar sus ventajas comparativas ofreciendo servicios – pagados, desde luego – como el de rascar traseros invisibles. Todos los emblemas de nuestra dichosa sociedad también empezaron a hacerse invisibles. Los malls parecieron desvanecerse en el aire. Aunque la verdad es que nunca fueron muy sólidos: eran palacios de arena, donde la gente más que a comprar iba a fantasear con compras infinitas, a probarse magníficos ropajes que luego devolvían. A veces hasta compraban esos ropajes, pero no se demoraban mucho en desecharlos. Pero ahora ni eso. Los malls están cerraron, sus vitrinas quedaron a oscuras, como si conservaran apenas el recuerdo de almacenes hundidos en la penumbra de la muerte. También desaparecieron los cines, los balnearios, los locales de diversión nocturna, con lo cual la noche volvió a ser tiempo para dormir. Con eso se desvaneció aquella difusa entidad llamada “la farándula”. ¿Qué habrá sido de todos esos muchachos y chicas que ganaban dinerales escenificando personajes de vidas excesivas, montando comedias de amores intensos y rupturas escandalosas. A veces los encerraban en algún lugar para mostrar sus comportamientos secretos, como si fueran hormigas dentro de un terrario.
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