Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
91 Desde el año 2006 yo venía dando, presencialmente, un curso de Mitologías comparadas. Me gustaba hacerlo. En marzo me notificaron que este semestre, el primero de 2020, debería hacerlo on lain. Fue así como empecé a hablarle una vez a la semana y durante tres horas a una pantalla. Es algo rarísimo. Tengo 40 alumnos/as cuyos retratos fotográficos veo flotar en esa pantalla. Entonces me di cuenta de que un curso es más que la suma de sus partes. Un curso es una trama de relaciones entre alumnos con el profesor, pero sobre todo una trama de relaciones, gestos y complicidades entre los alumnos, cosa que ya no pudo ser porque mis alumnos de este semestre mantienen la dilatada distancia social que hay entre los domicilios de cada uno de ellos. Por lo tanto no alcanzan a formar un curso. Entonces no puedes tomarle el pulso a ese curso inexistente, ni compararlo con otros. Solo en clases presenciales puedes darte cuenta de que hay cursos ordenados o desordenados, interesados y participativos o apáticos e indiferentes, cursos que quieren entender los contenidos, o solo sacarse una nota para aprobar el ramo. En la clase remota simplemente no hay curso. Hay solo una sumatoria de alumnos fantasmales, y la interacción con ellos es limitada. En mis cursos presenciales había, por ejemplo, alumnos/ as soñolientos/ as, o que tenían trabajos nocturnos, como un chico que tomaba el turno de noche de guardia de seguridad en una empresa. Cuando alguno se dormía en la clase, yo bajaba la voz y a veces hacía cantar al resto del curso, una canción de cuna, para arrullar a los durmientes que al despertar me aseguraban que habían soñado con que estaban en clases. Ahora solo tengo un indicador del número de alumnos que están conectados a la clase, pero ni siquiera sé qué hacen ellos mientras yo hablo: si duermen, si sueñan, si comen, si bostezan, si se ríen, se aburren, etc. Los alumnos pasan a ser abstracciones. Uno da por echo que existen, pero no hay cómo comprobarlo. Una vez se los comenté y les dije que probablemente yo también era un ente fantasmal, que podía ser la última emanación digital de un profesor muerto hacía muchos años, por lo que los contenidos y la bibliografía de sus clases estaban largamente superados y solo tenían un interés arqueológico. El virus invisible contra la mano invisible Darío Oses Escritor
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