Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
89 El jardín de Rebeca El día esta cerrado, oscuro, la vaguada costera llega hasta Miraflores. Entro al living, nada se puede tocar para no desordenar. Todo está decorado pero es puro frío. Vivir ahí es un deber, existir es moral. Entro al comedor enchapado en madera caoba oscura: piso, techo, paredes. Apenas unas lámparas de luz cálida encendidas. Ahí, unos hombres instalan en las paredes unos gobelinos pesados de gran formato de fondo rojo veneciano, compuestas por emblemas, inscripciones heráldicas, geométricas, masónicas cuyos significados no puedo reconocer. Juntas son una sola. Mientras tanto, ella esta acostada en su dormitorio y toca el timbre esperando que llegue Ester y le ayude a vestirse y peinarse para salir intacta a estar en su casa. No necesita hacer vida social, prefiere permanecer en su pequeño feudo. Suenan operetas italianas en la radio Santa María. Salgo al jardín y me encuentro con un sauce de proteas rosadas. Estas flores tamaño alcachofa caen boca abajo alrededor de un pequeño charco. Protea de flores solitarias, de pétalos delgados, aterciopelados y suaves. Me empino para no mojarme los pies y poder tocarlas. Están secas, secas como las proteas que tengo en mi casa, que caen invertidas como la carta del colgado. En la casa No tengo tiempo para contemplar cómo entra la luz por la ventana ni cómo le llega a los objetos de cerámica que tengo dispuestos arriba de esta chimenea que no funciona. Ellos descansan y reposan por mí. Hay un perpetuo silencio. Las gaviotas que me perturbaban el sueño se fueron del techo y dejaron de hacer círculos en el cielo y chillar y parlotear en lenguas a toda hora como agentes alemanes. Seguramente están mejor en la orilla del mar, ahora que nosotros no podemos caminar por ahí. Tapizaría mi sofá viejo y pintaría los marcos de las ventanas con óleo opaco. Renovaría la estantería por una más neutra y pondría lámparas modernas para que enfríen y tensen estos muebles que heredé de la casa de mis abuelos: el sofá, las butacas, la mesa de centro, los platos, unos cuantos floreros, lámparas y los objetos de bronce. Todos palpitando, estallando en mi casa. Llenos de tiempo. Sucesión de bienes. Pienso en el nombre que también heredé: Consuelo Isabel . Consuelo por mi tía fallecida un par de años antes de que yo naciera, e Isabel, por el nombre de mi madre. Un homenaje fúnebre. Consuelo para hacer vivir su nombre e Isabel, para matarlo .
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=