Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
85 Durante la tarde me acuerdo de la historia de mi bisabuela, la madre de mi abuela materna. Le decían Coty y era hija de un marino irlandés y de una inmigrante danesa. Nació en un fundo en Arauco, en el pequeño pueblo de Lumaco. Tuvo una vida singular. Se arrancó de su casa muy joven para ser enfermera en el Hospital de Van Buren de Valparaíso. Luego se fue a trabajar a una salitrera al norte. Ahí conoció a un ingeniero chileno y se casaron. Él la amaba, pero era un apasionado por el juego y la fiesta infinita. A ella le gustaba cultivar chacras de verduras y contar antiguos cuentos de hadas en un inglés pretérito. Tuvo cinco hijos y muchas angustias económicas, además debió lidiar con una depresión profunda que trató de curar con abrumadoras sesiones de electroshock. En fin, tras la muerte de su marido y con un poco más de 55 años decidió pegarse un tiro directo al corazón con un “revolver mata gatos”, murió inmediatamente. Ahora, pienso que esa visión que tuve en mi sueño –yo misma suicidándome– fue la aparición de ella. ¿Qué es un fantasma? ¿el resurgir de la pulsión de la muerte, el miedo frente a lo incierto? ¿Qué significa imaginar y recordar los gestos de un muerto? Tal vez es la proyección, la sombra de esa vida interrumpida moviéndose por sensaciones y pensamientos que circulan sin un tú y sin un yo y fluyen como ríos subterráneos en un espacio sin tiempo, donde un corazón amigo duerme y despierta constantemente.
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