Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
61 “El 21 de junio los rayos solares son perpendiculares al trópico de Cáncer.” El invierno siempre me había llegado sin darme cuenta de lo que estaba pasando: de repente hacía frío. Y sin haber acusado recibo aun, las puertas de madera ya se habían vuelto intratables, atacadas por la humedad, como si fueran viejas con reumatismo. Era inquietante pero habitual la sensación de constatar sus efectos sin saber bien en qué momento habían comenzado a hacerse presentes, ¿cuánto tiempo lleva esto así? Hoy en cambio –y sueno aquí como otra vieja, que repasa su vida para atrás con nostalgia y detenimiento– cada variación de los ciclos regulares del día y de la trayectoria solar hace las delicias de mis observaciones diletantes. Hay algo sugerente en la coincidencia más o menos exacta de la declinación máxima del sol en el cielo y la mitad del calendario gregoriano para esta parte del planeta. Es como si fuera un período de tránsito por excelencia; un pasaje, un purgatorio, una hondonada entre dos lomas. Como oriunda y residente del hemisferio austral siempre he percibido el invierno de esa manera. Siempre tuvo pleno sentido que los animales hibernaran, porque atravesaban así incólumes ese punto muerto de medianía entre dos cumbres de luz. Hace poco me hice consciente de este transcurso, de este devenir solar y de sus pronósticos: pronto será el día más corto del año con su respectiva noche más larga. Su inminencia alimenta esa fantasía según la cual día tras día y de manera irremediable el sol iría menguando, sin pausa y sin retorno; día tras día desaparecería tras el horizonte un minuto antes que el día anterior, hasta las últimas consecuencias lógicas; esa figura tan empleada por los filósofos escépticos, por los predicadores temerosos, por los letristas de canciones cursis: el día que el sol no salga. El solsticio de invierno marca el día más corto del año, de lo cual se desprende que los días que le sigan empezarán gradualmente a alargarse: el segundo día del invierno, podríamos decir, ya es menos invierno que el primero. Su nacimiento, como todas las estaciones, ya trae consigo su propia cuenta regresiva, es el principio de su fin. Así que espero (o debería decir: sé) que para los días en que este texto se encuentre haciéndose camino hacia su destino final, ya podré estar examinando cielos renovados, haces de luz de los que no me acordaba, nuevos rectángulos de sol que se extienden sobre la pared; el desandar minucioso de ese ciclo que oscila entre la luz y la oscuridad.
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