Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
46 el día de la partida, en un aeropuerto desocupado de turistas extremos, mi mamá me sujetó entre sus brazos con un apego desesperado y me acarició la cabeza; yo me solté; con la risa dibujada permanente le dije que no se preocupara, que todo iba a salir bien. su cara desencajada me contaba cosas distintas que no quise escuchar. tarde me contaron, cuando el pájaro alado y brillante despegó, que se había abrazado a una columna de cemento dentro de la inmensa estación de filas y maletas. y sollozó. hace 3 décadas partir no era el problema. las comunicaciones estaban limitadas a una carta de papel con letra poco legible que se deslizaba bajo la puerta del departamento en forma rectangular con estampillas de imágenes institucionales, cada 15 días sin faltar nunca una. mientras yo reconocía el nuevo mundo al revés, con un cumpleaños a 30 grados en pleno agosto; las cartas se hacían más gruesas y entre medio paquetes abultados con un cassette y las voces de la familia, cantos y poesías de la mamá que sostenía en secreto un llanto entrecortado, intermitente. Su única hija se había ido lejos y no dimensionaba el dolor ni la distancia. un día llegó ella también a visitarme. mismo aeropuerto, mismo avión. tres meses encantadores compartimos sin mencionar la soledad, el abandono del nido, la lejanía; ni la melancolía que cubría su rostro mientras la estadía se iba achicando y el tiempo de visita se terminaba. su partida me pareció buena, para sostener mi intempestiva independencia, no sentir, no volver la mirada, no pensar.
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