Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia

36 El manzano del patio vecino fue talado torpemente durante los días siguientes. Su volumen desaparecía de a poco, a hachazos, más cerca del suelo, cada vez más pequeño. Sólo se conservan sus manzanas cosechadas hace algunas semanas. Sin saber que serían las últimas, ahora fermentan en una chuica de cinco litros. ¿Qué puede haber más íntimo, más esencial a los cuerpos que acontecimientos como creer, empequeñecer o ser cortado? (Gilles Deleuze, Lógica del sentido). . . . Un grupo de golondrinas se posa sobre el cerco en el mismo momento en que el mar pierde su profundidad. Un bloque líquido en suspensión, proyecta como una pantalla de plata el ocaso del día. Se levanta un colosal espejo de consistencia cambiante, densificándose como una gran placa metálica iridiscente. La iridiscencia es una especie de pacto óptico entre la dirección de la superficie que refleja la luz y la posición del que observa. La iridiscencia en las plumas desaparece cuando se sumergen en el agua. Al abrir un cadáver, podemos observar las fascias entre los músculos como un velo multicolor -verdes, púrpuras y rosas- que irán mutando según el movimiento de la mirada. En el taller espera una cachaña para ser descarnada y esqueletizada. Esta cotorra fue encontrada junto a otras treinta y seis, las que seguramente componían una bandada, todas repartidas sobre un camino de ripio aledaño al cerro Palomares. La distancia entre cada cuerpo era de un orden azaroso, similar a las manzanas que caen maduras del árbol, de un color verde que se degrada al rojo. Recogimos cada cachaña como quien recoge los frutos del suelo, algunas se encontraban en la mitad de la ruta, otras habían sido proyectadas hacia sus costados, quedando escondidas entre arbustos cubiertos de polvo y un cerco de alambre. Las guardamos cuidosamente en una caja para llevarlas al museo. El cerro Palomares es uno de los puntos más altos del seno Otway. Su último tercio, una cornisa trazada geológicamente por una gran grieta de concavidades torcidas, sirve de posadero para una numerosa colonia de cóndores. Estas aves sólo utilizan dichas formaciones rocosas para descansar y reunirse con otras de su especie. Por el contario, al momento de anidar, lo hacen a cientos de kilómetros de distancia de ese lugar. Cuando las crías están capacitadas para volar, se dirigirá la familia completa de vuelta al posadero, que cumple la función de una “escuela” de cóndores. Descansan,

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=