Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
315 cementerio que eran las agendas de años anteriores, no teniendo otra función más que seguir acumulándose, formando así una gran torre de papel. Distinta suerte corría la agenda personal. A ella acudíamos para encontrar esos números que no solíamos marcar frecuentemente y que escribíamos con el lápiz que tuviéramos a mano: negro, verde, rojo o azul. Unos eran más legibles que otros, dependiendo de si los escribimos apoyando el teléfono entre el hombro y el mentón mientras los anotábamos. Cabe destacar que antes se practicaba la memoria, los números de nuestros cercanos nos eran perfectamente conocidos. Nunca olvidaré cuando Marcela (que era muy floja) me llamó para pedirme que buscara en mi agenda el número de teléfono de una compañerita. ¡Pero si tú lo tienes! le dije. Sí, claro , respondió, pero le daba pereza bajar las escaleras al primer piso para obtenerlo. Así es, el teléfono y sus llamadas daban para todo. El teléfono público, pensándolo bien, debe haber sido bastante asqueroso. Muchas manos y muchas bocas pasaban por ahí. Dudo que alguien se hubiese preocupado por su aseo. Si hubiera sobrevivido hasta los períodos pandémicos, seguro que las municipalidades los habrían cubierto con un plástico protector y alguna que otra cinta para vetar su uso. Pero sabemos que los porfiados de siempre habrían desafiado esa ordenanza con tal de poder depositar sus monedas de cien pesos dentro y llamar a casa para avisar quién sabe qué. ¡Cuántas monedas nos tragaron los teléfonos públicos! El único desahogo posible era golpearlo, a ver si causándole dolor a esa máquina nos devolvía lo hurtado. Al fracasar, solo quedaba advertirle a la persona que esperaba su turno detrás nuestro que el teléfono estaba malo e irnos cabizbajos acariciando las monedas de reserva que teníamos en los bolsillos. Hoy encontrar un teléfono público sería más que extraño. El celular pareciera ser suficiente. Atrás quedó el envolvente sonido del teléfono, que solo persiste en algunas oficinas y ringtones que buscan emular sus antiguos aullidos. Por mi parte, siempre dejo el celular en silencio, no es tanto por el sonido, sino porque me molesta la idea de estar siempre disponible. Además, hace tiempo las llamadas de mis amigos se convirtieron en mensajes de texto, en donde esporádicamente me preguntan ¿Te puedo llamar?
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