Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
313 El teléfono Sofía Squadritto Artista visual En mi casa de infancia había dos teléfonos: el primero, de color negro, se encontraba pegado a una de las paredes de la cocina, y el otro estaba adosado al velador de la pieza de mis papás. Mientras el primero tenía un largo cable que permitía balancearse o sentarse cómodamente mientras uno conversaba, con el otro había que posarse en el piso si no se quería estar encorvado. El brillante color blanco de sus primeros días cedió al paso del tiempo y se volvió amarillo, tal y como sucede con el plástico viejo. Los números, en cambio, se mantenían intactos dentro de esos cuadrados grises con puntas redondeadas. Para una niña de la década del noventa, el teléfono más curioso era el que se encontraba en la casa de la abuela. Lo sentía cuasi marciano, pesado y frío. Tenía que poner mis dedos pequeños en cada uno de los orificios donde aparecían escritos los números y retirarlos rápidamente para no ser atrapados en esa especie de rueda móvil. Llamar por teléfono parecía un juego y requería mucha concentración. No había ningún tipo de pantalla que nos indicara si habíamos discado bien. En mi mente repetía cuidadosamente cada número ya seleccionado. Quienes tuvieron teléfono fijo en sus casas sabrán de los modales y buenas costumbres telefónicas que se presumían conocidas por todos. Había horarios en los que no era bien visto llamar: ni muy temprano por la mañana, ni muy tarde por la noche. Las horas de almuerzo y de cena estaban vetadas, puesto que podías interrumpir ese preciado instante de reunión familiar. Si al recibir un “aló” olvidabas decir buenos días o buenas tardes –según correspondiera– te arriesgabas a una corrección embarazosa. Por otra parte, si tu voz le parecía poco familiar a quien descolgaba del otro lado o simplemente era sapo, preguntaría ¿De parte de quién? Lo cual, personalmente, siempre me incomodó. ¿Y a ti que te importa? , pensaba.
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