Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia

302 Mientras escapamos del ahora, de aquella imagen de nosotros mismos que tanto nos disgusta, encontramos ciertos alivios: construimos un disfraz que se parece a aquello que idealizamos, nos acercamos a esas personas que parecieran traernos la felicidad que merecemos, alcanzamos los medios para adquirir los bienes que supuestamente nos hacen falta, ocupamos nuestro tiempo con actividades que creemos son fundamentales o nos entregan una sensación de realización. Estamos tan ocupados que aletargamos nuestras emociones, sin embargo, volvemos a desilusionarnos, ninguna experiencia cumple su promesa. Volvemos a sentirnos vacíos y, nuevamente escapando del ahora, buscamos culpables: tal persona arruinó mi vida, tal sistema no me permite vivir como merezco, tales estructuras no me dejan ser feliz… tal cuerpo, tal trabajo, tales políticos, tales economías, tales creencias, tal virus, y así. Nuestra infelicidad se debe siempre a un otro u otra cosa, nunca a mi relación con el ahora, conmigo misma. Durante los últimos meses he observado con tristeza cómo la angustia se cuela entre tantas vidas. Entre aquellos que temen por su salud, quienes no tienen trabajo estable, quienes tienen relaciones familiares dañadas, entre quienes viven en países que no priorizan la vida ante el capital, quienes tienen tanto trabajo que no pueden atender a su familia, o tienen tanta familia que no pueden atender sus trabajos, entre quienes tienen mucho miedo, quienes están solos, o están mal acompañados, quienes tienen rabia, pena, depresión, e incluso ni lo sabían. Estas angustias me han hecho pensar en el dolor que puede provocar toparse de frente con la propia realidad, con las falencias de nuestras sociedades y nuestras decisiones. Y percibir lo que que significa, de un día para otro, no poder “escapar” de nuestra vida. Reviso estos últimos párrafos y el miedo me interrumpe, ¿pareceré apolítica? ¿sonaré voluntarista? ¿acaso estoy negando las estructuras de poder? ¿obviando las desigualdades sociales? ¿descansando sobre mi condición privilegiada? Espero ir más allá de eso. Para esto recurro a mi experiencia. Durante años destiné mis esfuerzos a criticar a otros, a personas, a estructuras y sistemas de opresión, como si desde mi rabia pudiera modificarlos. Aunque sentía un cierto alivio, y a la vez me conectaba con muchas otras personas que pensaban como yo, mi rabia solo aumentaba, y con ella la desilusión, pues aquello que criticaba de los demás es lo que no aceptaba de mí misma. En el fondo, somos millones y millones escapando de nuestro ahora, persiguiendo una ilusión de felicidad. En el camino no nos damos cuenta de que, consciente o inconscientemente, muchas veces reproducimos aquellas estructuras que tanto repudiamos. Estas estructuras se basan en creencias, a las cuales nos aferramos tan ciegamente que podemos entregarles incluso más valor que a la propia vida. Porque estas creencias surgen de nuestros miedos más profundos. Aunque antes creía que estos miedos tenían matices, ahora no me considero nadie para juzgarlos. Ni siquiera tengo claro a qué le tenemos tanto miedo, ¿a la muerte? ¿al rechazo? ¿a nos ser suficientes? ¿al cambio? Quizás a aquello que nos recuerda que esta vida pasará y que no somos más que un instante en un fluir eterno de cambios. Porque a la vez tendemos a creer que ese fluir está afuera de nosotros, y por lo tanto nos aferramos con toda nuestra fuerza a la ilusión de nuestro ego. Sin embargo, somos un instante imprescindible, porque somos el flujo mismo.

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=