Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia

301 Somos ahora Rosario Carmona Antropóloga El Coronavirus nos obligó a parar. Debido a que la ciudad en la que me encontraba es una de las más caras del mundo, Londres, con mi familia decidimos mudarnos a una más económica, Bonn. Aunque esta mudanza ha traído muchos beneficios –Alemania ha sido uno de los países que mejor ha abordado esta crisis, la vida va retomando su curso habitual–, algo en Londres quedó pendiente: la posibilidad de despedirse. Debido a la crisis, la mayoría de nuestros amigos y conocidos volvieron rápidamente a sus países, puede que a muchos de ellos nunca los volvamos a ver. Por otro lado, antes del lockdown acostumbraba asistir a diversas actividades infantiles con mi hijo de dos años, actividades que me permitían “matar el tiempo” –necesidad que me ha traído la maternidad y sus eternas horas– mientras él aprendía e interactuaba con pares. A esas personas, adultos y niños, probablemente no los volveré a ver. Puede que tampoco vuelva a visitar aquellos lugares que nos hacían tan felices. Nunca les dimos las gracias de verdad, no les deseamos buenos deseos ni tampoco les dijimos adiós. ¿Cuántas veces no decimos adiós como corresponde? Es impresionante como damos por sentado que nuestra vida será la misma al día siguiente, que las personas que queremos estarán ahí, que nuestras rutinas nos contendrán, que nuestro cuerpo será el mismo. Por lo mismo, tendemos a aplazar decisiones y a evadir aquello que nos incomoda, total –creemos–, siempre podemos comenzar mañana. Esto suena a lugar común, pero realmente ¿cuántas veces dejamos para después aquello que solo puede hacerse en el ahora? El ahora es ese gran detalle sobre el cual quisiera hablar. Casi imperceptible, escurridizo muchas veces, el ahora, con toda su magnificencia, tiende a ser relegado al lugar de lo trivial. ¿Para qué ocuparse del ahora cuando acarreamos tantos problemas del pasado que probablemente modelarán nuestro futuro? Ese instante escurridizo nos produce tanto miedo que dedicamos gran parte de nuestra vida a evadirlo; nos llenamos de actividades para no aburrirnos, nos inventamos necesidades con tal de no observarlo, nos mantenemos ocupados para no pensar en él. ¿Por qué le tememos tanto al ahora? Quizás porque es lo único que realmente tenemos en un mundo donde el tener es un valor. Hemos aprendido a que hay que tener otras cosas –cosas materiales, experiencias, una imagen, incluso personas– que, paradójicamente, no podemos poseer; solo podemos poseer aquello que encarnamos, pero esto es inaprensible y por lo tanto, invaluable. O tal vez porque en el ahora nos encontramos con nosotros mismos. Mas, también hemos aprendido a que no nos guste aquello que encontramos, nuestra percepción ha sido construida sobre una constante insatisfacción. Insatisfacción que en términos evolutivos ha sido muy exitosa, pero que es la base de nuestra infelicidad.

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=