Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
250 Una de ellas es una Fuchsia, que aún sobrevive; otra, en el centro del rectángulo de tierra, un Chilco blanco. De él sólo quedan sus ramitas secas y peladas, no logró sobrevivir al verano de escombros, pero no me he atrevido a sacarlo; tal vez porque se lo compró Javier a la señora Martina en Loncoche; lo trajimos con tanto cuidado, que me niego a reconocer que no tiene vuelta y aún espero que reaparezcan sus pequeñas campanitas blancas. Un poco más allá está el orgullo del patio, un Arrayán que ha logrado afirmarse en este clima tan adverso. Tenía el tronco muy chueco, así que le puse un tutor y al parecer corrigió su rumbo. Ya mide más de un metro treinta y cinco, y aunque en el lado que le llega más sol sus hojas tienen las puntas un poco secas, está lleno de diminutos brotes, por lo que confío en que seguirá creciendo. Al mirarlo pienso en sus hermanos en Lo Beño, que crecen y crecen acompañados de Coigües, Avellanos, Robles, y no puedo creer que seguro vamos a completar un año sin ir a visitarlos… Bajo el Arrayán, un poco más hacia el sur, sigue creciendo el Orégano, formando un suave colchón. Está muy verde y contrasta con el arbusto de flores azules que no deja de secarse. No recuerdo si cada invierno se seca así o es algo circunstancial. En el poniente, de sur a norte: La esquina sur la ocupan el pequeño arbusto seco y el desagüe que recibe las aguas lluvias del techo, pero un poco más allá aparecen las Lavandas – sólo quedan las francesas; esta vez las inglesas perdieron el territorio en esa histórica rivalidad– y están enormes, de manera que cubren hasta la siguiente esquina en el lado norte. El norte, de poniente a oriente: Junto, y un poco debajo de las Lavandas, se niega a morir un Filodendro. Creo que se enamoró de la fuente de agua y las gotitas que le salpican encima lo tienen completamente aferrado a la vida. Pero no es el único. Las Amarilis están como vueltas locas, ni se inmutan con los caracoles, cuyo peso les dobla las hojas. Me la paso revisándolas, sacándolos uno a uno, pero no los puedo matar; al contrario, se han convertido en algo así como mini mascotas del patio, y me los quedo mirando largos minutos, sobre todo cuando por la tarde se suben a tomar agua a la fuente. Después, avanzando hacia el oriente están los Cardenales; sí, son típicos y un poco aburridos, pero les tengo cariño. No solo han sobrevivido a tres cambios de casa en más de veintisiete años, sino que son los únicos a los que no les importa lo oscuro que es ese lado del patio. Es muy corto el periodo del año
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