Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia

23 se dejaron ver los huesitos de una pata. Vi también a un pelícano muerto. Estaba ahí el pájaro tirado como parte del paisaje, no percibí ningún olor raro. Se mezcla seguramente con los otros olores de la playa. Algas, arena mojada, aguas estancadas en las rocas, conchas y los otros cientos de cosas que hay. Al otro día volví a ver al pelícano muerto. Ahora tenía unos agujeros hechos como con una cuchara para adentro. El pelícano muerto quedó ahí como alimento para los jotes. Otros bichos, el sol, el viento, la arena, el agua, se irían haciendo cargo del resto. Con los días el pelícano muerto se iba asimilando con la tierra; la piel que va del pico al cuello parecía entre madera y tela. Hoy, luego de no tanto tiempo, nada queda del pelícano muerto. A lo mejor alguien lo vio y se le ocurrió la no mala idea de enterrarlo. Hacia el otro lado, mirando al mar, la espuma está muy blanca, le llega la luz muy directa y rebota fuerte. Algunos pedazos de espuma salen flotando con el viento cayendo en la arena. Mar adentro, a unos cien metros, se ven unos pelícanos grandes tirándose sendos piqueros al agua. Lo repiten muchas veces, dejándose caer a todo dar. Todavía más allá, una nube loca está quieta recibiendo el mejor rayo de luz, lista para la foto. De inmediato me da gusto acordarme que hoy salí sin el a veces, inoportuno teléfono.

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