Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
218 —No —respondo mientras intento acercarme a mi madre y sorteo el carrito con el que se desplaza, el bastón araña, una silla: mi desesperación. Se ha vuelto otra. Le hablo sin voz, como acostumbro, en forma simultánea mientras oigo a RC. —No entiendo —dice—. Hay poca luz. No veo bien. La olla —insiste—. Necesito la olla grande. No puedo agacharme. ¿Hablas por teléfono? E, desde su lado del escritorio, de espaldas a la ventana, informa: —Hay 6.290 nuevos casos y 4.093 muertos. Tiene el rostro demudado, pero debe continuar en línea, revisando el estado diario del poder judicial. —Si quieres te llamo más tarde —dice RC con voz dubitativa—. Te noto complicada. ¿Puedes hablar? —No, nada de eso —respondo con las cejas enarcadas, devolviendo al mismo tiempo el asombro a E—. Es que aquí, conmigo, somos seis ahora. Soy el número extra. Como ya sabes: «La casa es pequeña, pero el corazón...». Cuando puedo, salgo al jardín y es como estar en una casa grande. ( Casa grande de Orrego Luco, digo sin decir, y pienso en Ángel Heredia, el marido médico de Gabriela Sandoval, en esa época un mal visto. O un aprovechado, o un desclasado o, bien, una víctima. Nunca quise un cónyuge médico, para que no pudiera matarme con alguna estrategia clínica. Esa idea se me puso con Orrego Luco, con esa novela que le valió tanta crítica. Pero ahora sí, puede ser. Los médicos se han vuelto muy necesarios.) —Es la guerra —digo a RC, enfáticamente, cambiando la conversación—. El enemigo está en todas partes. Son tiempos raros. Ya ni siquiera revueltos, sino raros. Me alegra que RC me llame después de tanto tiempo, porque sé que está vivo. —Sí —corrobora con voz suave—. Son tiempos que ni te encargo. Estoy sin pega desde octubre. Me esfuerzo en oírlo, porque mi madre viene con su carrito-salvación y es la hora del paseo por el pasaje, con la cara a resguardo, cubierta, y con mi hermana mayor, claro.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=