Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia

214 Fueron ocho semanas de confinamiento en Francia. Fueron ocho semanas donde sólo se podía salir por una hora para comprar medicinas y productos básicos, hacer actividad física –de manera individual-, ir al médico y, en situaciones muy particulares, desplazarse por motivos laborales. Los primeros días o semanas, ahora no lo recuerdo, estaba destruido. A cada rato sentía la garganta irritada, el cuerpo cansado, fiebre y dolor de cabeza. Pensaba: ¡ya me agarró este pinche virus! Lo tenía claro, Wuhan había entrado a mi casa. En mi estado de ansiedad lo único que me mantenía tranquilo era jugar con mis hijos y dormir. ¿Jugar? Sí, justamente jugar “ a ser como si ” fuera un superhéroe, dragón, villano o una mancha negra venida del espacio, es decir, cualquier historia que implicara construir una realidad distinta a la del encierro. Las flores de Bach, la meditación y los ejercicios me permitieron ir bajando la ansiedad y recuperar el control de mis pensamientos que estaban desbordados por la guerra de Macron. La cuarentena avanzaba y para dar testimonio de eso marcaba los días del calendario junto con mis hijos. No sé si eso era “echarle más sal a la herida” pero me servía para visualizar que la cosa se estaba moviendo, a un paso muy lento pero se movía. Irónicamente durante el confinamiento leímos en familia la historia de un pequeño pájaro que luchaba por romper su cascarón: primero sacaba un ala, luego la otra, después las patas, la cabeza y finalmente, a volar. ¡Vaya imagen más clara y reveladora! Volar. Recuerdo que un día miré por las ventanas a unas aves que cruzaban por el cielo y me pareció irónico pensar que mientras los humanos se encontraban en sus jaulas tratando de salvarse, estos animales podían moverse con libertad y sin

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