Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia

205 Afectos Magdalena Matthey Cantautora Murió Don Honorio, el dueño del almacén de la esquina. Lo conocí muy poco. Era español. Llegó a Chile cuando tenía siete años y vivió en este barrio por casi cincuenta. Me llamó la vecina para contarme todo esto que no sabía. Durante la noche los vecinos más cercanos encendieron velas frente al boliche el día de su entierro. Unos días más tarde fui para abastecerme de algunos alimentos. Aparte del uso de mascarilla y cuidar las distancias, todo seguía funcionando como de costumbre, salvo por la impresión que tuve de sentirme de repente, en el lugar y momento equivocado. Tomar las naranjas era como estar robándolas, aunque las fuera a pagar. Algo en el ambiente que no supe descifrar, logró incomodarme al punto de sentirme como una intrusa. Despidiéndome tímidamente, me fui con la sensación de haber arrebatado algo que no me pertenecía. *** Simón, el gato de Leonor, mi otra vecina, entró a nuestra casa. Jamás lo había hecho. Tal vez motivado por el “nuevo silencio” que habita en el barrio. lo hizo por la ventana del segundo piso. Estábamos acostumbrados a verlo pasar de manera reservada por el patio y una vez en el techo no parecía interesarle siquiera la presencia de las palomas. A penas entró en el dormitorio, salió disparado por la puerta y supongo que siguiendo su intuición felina bajó por la escalera con una agilidad envidiable. A mi ritmo, lo seguí hasta el patio trasero y lo encontré arriba de la mesa completamente engrifado intentando zafarse de nuestro perro casi de su mismo tamaño. El Rulo dejó de ladrar por unos segundos y Simón aprovechó ese brevísimo instante para desaparecer casi por arte de magia, aunque para su mala suerte el truco le duró hasta un portón sin salida. Contra su voluntad, lo tomé dispuesta a los arañazos. No sufrí ningún rasguño, pero el pobre estaba completamente rígido y pude entender su rebeldía al verse privado de libertad. Al llegar a la puerta de entrada, bajé mis brazos y lo dejé ir. Pensé que arrancaría de la misma manera como lo hizo al bajar las escaleras. Quizás porque el patio le resultó familiar, su reacción fue volver a la indiferencia de

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