Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
18 El viernes, iríamos a la última marcha. En globos dorados se leía “Apruebo”. Absortos contemplando las bengalas rojas junto a los chicos sin polera, el que no salta es paco , los cuerpos, uno al lado del otro, los cuerpos. Esa noche, dormimos tranquilos. Fue la última vez. Al día siguiente una llamada cambiaría todo: estábamos a una persona de distancia del Covid-19. Encierro, provisiones, miedo. Decidimos voluntariamente recluirnos: podíamos hacerlo, podíamos teletrabajar, podíamos subsistir en cuarentena como tantos en este país desigual e injusto, no pueden hacer. El confinamiento es privilegio. La casa se volvió un improvisado co-working: corrimos muebles, enroques y movimientos negociados en detalle. Un músico productor, una antropóloga profesora. Las armonías, el tecleo. Ambos obligados a virtualizarnos, a dejar el estudio de grabación, a dejar la sala de aula. Prender cámaras para discutir arreglos y letras con clientes; girar cámaras para dictar video-clases en un híbrido entre academia y Youtube. Somos pareja y ahora también, compañerxs de trabajo en este espacio que al inicio, creíamos una cuestión transitoria y de emergencia. Ahora, ya no nos atrevemos a calcular. Y no ha sido fácil. Dejar de calcular es entregarse al abismo. ¿Cuándo se acabará? - después de 3 meses y medio encerrados, parece una pregunta ridícula. Incluso obscena cuando hay más de 7 mil mujeres y hombres que han dejado de respirar. Si hay un fin, nada será igual después. Cuando elegimos la casa, no pensamos que el patio interior del conjunto de blocs sería tan vital. Con piso de tierra, unos bancos destartalados y árboles no muy frondosos, no tenía mayor
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