Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
168 Mi hija a sus 10 años, brillante y generosa como los brotes de nuestra huerta, derrochando ternura me espera para hacerme consciente, cada tarde de la fortuna que se esconde en cada hoja, de programarnos para almacenar semillas, para que esta experiencia no se acabe, que nos cultivemos a diario, mientras mantenemos las manos en la tierra, como si está fuera un repelente de todos los horrores que hay afuera. Acechando mayo cierta incertidumbre comienza a percibirse, pues en tanto se anuncian recrudecimiento de los contagios, nosotros con preocupación observamos que solo crecen las acelgas, no hay tomates, ni lechuga, tampoco crecen las zanahorias ni los zapallos, …descubro que no era la época, quise alterar los ciclos y la naturaleza no perdona. La desazón comienza a roer el ánimo, es porque no nacen los cultivos, ¿o es porque afuera la humanidad sufre? No lo sé, pero para evitarlo exagero limpiando todo, piso, manillas, juguetes y muebles y aun así no logro eliminar el miedo, el encierro, la espera.... que espero? No lo sé.... pero la angustia carcome. Son tiempos de miedo, temporada de muerte, sufrimiento de los vulnerables, fracaso del sistema, pavor de una existencia estéril. Asimismo voy comprendiendo que esta cuarentena será larga, que el trabajo remoto se erige como una nueva forma de esclavitud y que mis ojos ven pero ya no sienten a las personas, las emociones aparecen pixeladas en los otros, que solo me acompañan figuras lejanas y parlantes que no tienen olor, que solo son las caras cibernéticas de los que otrora fueron mis compañeros de trabajo, de mis amigos y parientes... los extraño, extraño mucho los abrazos, me doy cuenta que hay seres que son entrañables en mi vida, rutinas diarias que hoy solo puedo evocar como difuminados recuerdos. Comienzo a añorar que todos fueran como mis nobles acelgas, presentes y afables, pero en esas jornadas de paciente (y naciente) horticultora, choco con el egocentrismo, intolerancia y egoísmo con el que apuro los ciclos, con el que hay afuera y que daña haciendo doler el alma..., cuando el encierro se comienza a transformar en cautiverio, en eso la naturaleza me golpea, exigiéndome reaccionar, ¿será porque ambas somos madres, y nos exigimos despertar del letargo? Porque nos brota vida, porque nos espera la vida. Porque la tierra orgullosa luce sus ciclos y en ellos a sus hijos, cada cosa a su tiempo… así frente a mis ojos explotaron los tomates, las lechugas, y así muchas expresiones de la tierra, madre naturaleza que nos abraza con sus
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