Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
164 No puedo dejar de mencionar que Rogelio fue un hombre muy bondadoso si- lenciosamente, no le gustaba discutir, menos verme llorar, era chistoso, me ha- cía bromas y muchas veces me hacía enojar, vivía para su familia y sus hijos, preocupado de su mamá, le encantaban los niños, los molestaba, quería puro tener nietos, muy trabajador, fanático de la televisión y del fútbol, aunque jamás jugó y fue a la cancha, en general le gustaba ver deporte, nunca practicó ninguno. Era mañoso y tenía mal genio también, yo a veces lo odiaba, pero más lo amaba. Hasta que llegó aquel día que quisiera no recordar, pero no es posible, fue tan inesperado, violento, casi lo sentí cruel. Cuando llevé a Rogelio a la clínica y le hicieron los exámenes, jamás pasó por mi mente que eran sus últimas horas de vida y que me dijeran que tenía una leucemia aguda declarada y que avanzaba en horas tan rápidamente, que tenía metástasis en sus caderas. Fue como estar sumergida en una piscina con hielo así me sentí en un momento; quedé sin reacción, ni siquiera pude llorar, me contuve, no perdí la calma, internamente estaba llorando sin parar, desconso- ladamente y a la vez un sentimiento de rabia, por lo que estaba pasando, pen- saba en mis hijos, pero sólo quería que él sintiera que yo estaba bien y darle cierta tranquilidad, aunque la tenía, siempre se vio muy sereno, casi entregado diría yo. Nunca dijimos nada, no hubo tiempo. Lo extraño. Generalmente, siempre uno se queda con la sensación de que faltó algo cuando alguien parte tan repentinamente. En mi caso, creo que me arrepiento de no haberle dicho muchas más veces que lo amaba, haber dejado de lado el orgullo, la timidez y el miedo que te atrapa, sentimientos de mierda que no te dejan razonar, ni avanzar, y muchas veces te paralizan. Sin embargo, con la muerte de Rogelio, a pesar de lo mucho que me ha costado asumirla, creo que ese dolorcito inter- no me ha hecho cambiar de cierta manera; veo la vida mucho más simple, sin tanto cuestionamiento, y he tratado de abrazar con mucho amor lo que me ha ido pasando, y eso para mí ha sido reconfortante. Y no puedo dejar de men- cionar que mis hijos, y ahora también mi nieto, han sido y seguirán siendo mi energía. Los abrazo y sé que en cada uno ellos está el amor que vivimos con Rogelio. “ Hay que vivir cada día como si fuera el último ”. 10 de junio de 2020. Mi suegra, Señora Rosa, como yo le decía… fue muy buena conmigo y con mis hijos. Me acogió en su casa. En un principio, como las mamás antiguas, era desconfiada hacia mí, yo sentía que le había robado parte de su corazón con su hijo, porque Rogelio fue típico y único hijo hombre en su casa junto a sus tres hermanas, muy regaloneado. Llegué a su casa sin conocerlos mucho, muy tímida, pero ella, a pesar de que tampoco me conocía mucho y con cierta frialdad hacia a mí, me apoyó y me aconsejó. Debo confesar que siempre la escuché, pero finalmente todo lo hacía a mi modo con cierta moderación, sin pasar a llevar a nadie, porque en definitiva no estaba en mi territorio, y siempre traté de ser respetuosa. De a poco nos fuimos encariñando y conver- sábamos. Me contaba de su familia, de su matrimonio y así nos fuimos cono- ciendo, yo la quise mucho y sé que ella a mí también. A mis hijos, los quería a su manera, porque nunca fue de esas abuelas tan demostrativas, pero a mí
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