Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia

155 pues a ellos juzgar por su cuenta. Varios ejemplares han llegado ya a manos de nuestros pequeños y pequeñas coloristas, quienes han sido tremendamente laboriosos y han estado ocupados pintando con sus lápices de colores. Algu- nos incluso nos han mandado fotos de sus páginas favoritas del libro ya colo- readas. Sin duda ellos ven mucho más de lo que ven sus padres y descubren detalles en los dibujos, que la mayoría de los adultos pasan por alto. Debo reconocer que jamás pensé en el potencial político que puede tener un libro para colorear. Hasta este punto nunca me había interesado realmente como adulta en dicho género. Sin embargo, alguna importancia deben tener estos libros, pues de los favoritos de mi infancia jamás podré olvidarme. Aún me acuerdo del de los arabescos y diseños de estilo mudéjar que mi mamá me trajo de regalo luego de un viaje a los Estados Unidos. Y cómo olvidar el que tenía dibujos de las pinturas de Chagall: las escenas eran graciosas y de una ternura inocente, tras la que se ocultaba, sin embargo, algo quebradizo y un tanto siniestro. Esos libros fueron probablemente uno de los primeros contac- tos activos con obras de arte que tuve en mi infancia. II Hoy en día, cada vez que estoy parada frente a una pintura en un museo, me conmuevo cuando reconozco en las formas, pinceladas y composiciones más increíbles el rastro del cuerpo del artista. Toda obra de arte encierra una gran ambición y en su materialidad se dejan ver las marcas del tremendo esfuerzo y sudor de otro sujeto. A veces me reconozco a mí misma en esos trazos de pintura y entonces sé que el artista se anticipó y supo que aquel momento de reconocimiento y emoción ocurriría. En ese instante sé que el cuadro ha sido pintado para mí. Sí; uno, dos, tres, cuatro o hasta cinco siglos antes de mi existencia, el artista supo que yo estaría allí para seguir con atención el trazo de su pincel y observar en la imagen el movimiento de su brazo y de su ojo. Durante el proceso creativo, el cuerpo del artista queda encerrado en la obra junto al cuerpo de los sujetos retratados. La experiencia estética se detona en el momento en el que dichos cuerpos saltan hacia afuera del marco y se conectan enérgicamente con el cuerpo del espectador, haciendo caso omiso de toda regla de distanciamiento. Me pregunto si no ocurre algo parecido con los libros para colorear. Quizás también se genere a través de ellos una especie de conexión que despierta a varios cuerpos y que nos hace sentirnos acompaña- dos a pesar del encierro. Al fin y al cabo, son los niños y niñas los que termi- nan la imagen; no sólo devorandola con la mirada –como frente a un cuadro en un museo– sino que también siguiendo los trazos del dibujante con sus lápices y moviendo agitadamente sus manos para añadir color a lo que eran sólo líneas hechas con plumilla y tinta negra.

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