Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia

153 un artículo para tratar de movilizar a la comunidad más bien conservadora de psicoanalistas, y yo pinté, pinté y pinté. Muchas cosas salieron pésimas, pero, en fin, es parte de todo proceso. Ambos intentábamos encauzar de alguna forma nuestro desconcierto. Una pandemia de esta envergadura nos desesta- biliza en muchos aspectos, recordándonos cuán insignificante es nuestra vida como especie, pues algo tan ridículamente pequeño como un virus podría en un caso extremo acabar con todo, sin importarle el desarrollo espiritual o artístico de la humanidad. Sentí que el 2020 nos había obligado a aterrizar en un terreno de ciencia ficción y quise ser parte del grupo de los “humanos buenos” de esta historia, y aportar en algo, aunque el aporte sea micros- cópico, aunque la empresa terminara probablemente en un intento fallido, que es algo que siempre ocurre en todo escenario distópico. La experiencia cotidiana del trabajo pictórico, en el que las más grandes ambiciones creati- vas chocan con la soledad y el aislamiento del taller, sólo parece reforzarse durante los periodos de crisis. Así que allí estaba yo nuevamente, como una anti-heroína sobre un escenario tragicómico, tratando de salvar al mundo de la peste con paleta y pincel. A pesar de todos los sinsentidos, no dejé de ir al taller ni un solo día. La calle estaba muda, lo que no es de extrañar en un contexto en el que todos se quedan refugiados en casa. Sin embargo, había un silencio más penetrante que en otros lugares de la ciudad. Al principio no me percaté de la diferencia, pero rápidamente la calle de mi taller se fue tornando más y más ronca. Me tomó unos cuatro o cinco días darme cuenta de la naturaleza de este silencio, hasta que finalmente lo entendí: faltaban las niñas y los niños. Justo al frente de mi edificio hay un jardín infantil, en una casa con un gran patio. Los pequeños y pequeñas salen siempre a jugar afuera en los recreos, independientemente de las temperaturas. En los días soleados, en las ma- ñanas ventosas o cuando todo está cubierto de nieve; allí están los peques, siempre dispuestos a aventurarse en las inmensidades del patio. Durante mi jornada de trabajo miro a menudo por la ventana y los veo jugando, gritando, riendo, peleando, siendo educaditos o haciendo pataletas, compartiendo sus juguetes o arranchándoselos de las manos a otros niños, alegrándose cuando los vienen a buscar sus padres o entristeciéndose cuando éstos se retrasan. Un mundo en miniatura a sólo una pista y dos veredas de distancia. El día en el que me di cuenta de que mis vecinas y vecinos no estaban, traba- jé como siempre, aunque mirando menos hacia afuera. Extrañé el griterío y a pesar de haberme quedado sin mi modelo del mundo en miniatura, pinté todo el día. Regresé a casa, luego de haber logrado reprimir mi sentimiento me- lancólico con cierto éxito, pero justamente esa noche Steffen, que trabaja en el área infantil del hospital, me estaba esperando con una idea inusual. ¿Por

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