Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
152 las situaciones despiadadas de pobreza y muerte de las cuales estamos siendo testigos, otras pérdidas resultan banales. La idea que circuló tanto al inicio de la crisis (al menos aquí en Alemania) de que el virus rompe las jerarquías y nos hace a todos iguales, me enfureció desde un principio. Es cierto que para este malhechor del Covid-19 cualquier cuerpo es un potencial caldo de cultivo y un terreno por conquistar, pero las condiciones de esta conquista son extremadamente diferentes en cada caso. No todos estamos expuestos de igual manera al peligro de enfermarnos, ni tampoco todos tenemos las mis- mas posibilidades de curarnos si contraemos el virus. Algunos podemos que- darnos en la seguridad de nuestros hogares o talleres y pensar en las cosas, costumbres y personas que extrañamos. Para otros, sin embargo, respetar una cuarentena estricta significa no comer, y enfermarse implica un riesgo más alto de perder la vida por no tener acceso a una salud digna. En un contexto así se agudizan las inequidades preexistentes. Todas y todos lo hemos visto. No nos hacemos más iguales, sino todo lo contrario: nos diferenciamos más aún unos grupos de otros. La injusticia social aumenta, se multiplica, se hace virulenta. Es imposible no pensar en todo esto durante el trabajo en el taller. Mi estudio queda a diez minutos de mi departamento y allí he estado encerrada; hasta cierto punto protegida de los peligros e injusticias del mundo, pero pensando en ellos constantemente. Debo confesar que durante estos meses ha cam- biado poco mi rutina, la cual tiene también algo de encierro y soledad en tiempos libres de pandemias. Sin embargo, a pesar de que poco varíe en el trabajo cotidiano, hay muchísimas cosas que cambian. Una de las tareas más importantes del artista es la observación atenta de lo que está pasando fuera del taller y la búsqueda desde adentro de una forma para aquello que observa. Si el exterior se remece, las obras de arte se agrietan, denunciando así una fisura externa a ellas. A veces uno intenta cerrar las ventanas del taller con fuerza para poder tener un respiro, pero la realidad viene como un ventarrón y rompe los postigos. Quizás por eso sea más difícil ser artista en Latinoamé- rica que aquí en Europa. Es cierto que la posición del artista en la sociedad es hasta cierto punto privilegiada en cualquier parte, pues éste necesita una distancia frente a la catástrofe para poder representarla y por eso normalmen- te no está sumergido por completo en ella. Sin embargo, en algunos países del mundo, la calle se mete con especial ímpetu en el taller. En esos lugares, los artistas tienen que reparar sus ventanas rotas y sus persianas desencajadas tan a menudo, que a veces apenas les queda tiempo para otras cosas. En los primeros días de la cuarentena mi novio, que es psicoanalista, y yo, percibimos esos ventarrones fuertes y experimentamos la urgencia de hacer algo. Asumiendo nuestras posiciones privilegiadas, no podíamos aceptar ninguna forma de parálisis frente a la crisis, así que él se la pasó escribiendo
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