Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia

131 Arriba unos objetos de formas propuestas y que se consideran terminados Un muñeco llamado muzgoamigo creado y logrado por mi hija mayor que no veo hace unos ocho años. Plumas ensartadas en un trozo de madera. Las plumas son de pájaros de la playa y las recoge mi hija menor y me las regala. Y otras cosas más. Infinidad de objetos menores y mayores y que contienen, cada uno, un tiempo en ellos. Bolitas de cristal, semillas recogidas de cualquier viaje, tazas de juguete de metal, tijeras de zurdos y de diestros, caracoles, conchas, bolas de cerámica de algún trabajo escolar, un vaso para tequila lleno con piedras de cuarzo. Todos estos objetos son silenciosos y quietos. Alguno cambia de posición por acción de una de las gatas que intrigada por esta inmovilidad lo empuja o lo incluye en un juego. Todo se cubre de polvo cada día. Las arañas dejan sus hilos, pero no se dejan ver. En las mañanas por la ventana abierta entra el aire que renueva y limpia. En las tardes entra el sol y produce sombras y dramatiza los volúmenes. Pareciera que el más mínimo movimiento realizado en este lugar irrumpe y desordena una aparente estabilidad. Algunos días, pocos, ha llovido. Entonces, viéndola a la lluvia por la ventana recuerdo que, fuera, o más allá de este lugar, la vida ha estado transformando y moviendo todo, todo este tiempo, sin nuestro concurso. Y eso me da tranquilidad. También la vida duele. En la pared, al lado de la ventana, está pegado con silicona caliente, un lagarto de latón que me regaló uno de mis hijos para una navidad. Es simple y hermoso. Está mirando hacia la ventana, pero no es que se quiera escapar. Extraño ver lagartijas móviles.

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