Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
120 nía interrumpida por la cordillera de la costa y la bruma de Maipú y Pudahuel, sólo queda escuchar lo que cada vez es más lejano. La ciudad siempre será una imagen imposible que ninguna cartografía podrá reconstruir, la ciudad quizás si sólo se puede escuchar. Algo parecido a imaginar, porque necesitamos otorgarle cuerpo y rostro a lo oído, de lo contrario sería algo así como música. La noche siempre nos regaló ese silencio lleno de posibilidades, ahora más que nunca en meses de mutismo en toque de queda, recuerdo aquí desde niño, meses y años de toque de queda, cuan- do la ciudad fingía dormir, a lo lejos balazos, el ronquido de un camión que sabíamos a quienes transportaba, había que mantener bajas las persianas, no era difícil imaginar o mejor dicho tener la certeza de muertes posibles, como ahora, que tal como la impo- tencia de una cartografía, los números cantados e impresos por las mañanas cubren como una objetiva mortaja de estadísticas el sonido de universos íntimos que se asfixian en sordina rajando el silencio de la noche. Michael Foessel dice que durante la noche uno no imagina otros mundos, descubre mundos paralelos ya exis- tentes . La noche siempre ha ocultado el pequeño desgarro, el débil crujido de las vidas. La noche es la voz muda que oculta el parloteo de la vida. La bio- grafía aural de las cosas, de los objetos, de los cuerpos siempre es apenas menos que un susurro. Allá afuera entonces, cada vez más lejos, lo que no se ve, lo que no se escucha. El ronquido leve de las respiraciones. ¿Acaso el miedo tiene sonido? ¿El abrazo y el sudor tienen sonido? ¿Cómo imaginar cada pedazo de calor tras cada ventana? La mesa servida sin lavar conteniendo el fantasmal sonido de una familia que se vuelve sobre sí misma para sentir protección.
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