Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia

11 de lo viviente que somos en común pasa por otra cosa que la pasividad de nuestra espera, disciplinada, fijada en su marasmo o desesperada. Y desde luego, otra cosa que la superación de “la distancia social” en un nuevo tejido consensual del “lazo social”. No, aún otra cosa. Quizás esta otra cosa pueda ser la disolución de los confines, o su rotura, por supuesto desde otra forma que como restauración o nuevo trato de los imperativos económicos, de sus circulaciones materiales, sus arreglos entre lo humano y lo inhumano. Romperlos entonces de una rotura que implique comenzar a dejar de sufrir los efectos de la alternativa confinamiento o normalidad, para decidir sobre nuevas relaciones, sobre nuevos encuentros y nuevas disociaciones. En suma, quizás, decidir en común sobre nuevas duraciones ¿Pero de qué tiempo? De uno que, como decía Bergson, será la invención de lo nuevo o no será nada. Esto es, a mínima salir de la insoportable alternativa del confort íntimo y la administración de las miserias individuales y colectivas, el consuelo o la extensión del campo de la barbarie. Pasa por experimentar entonces otro uso de la vacancia de mundo que experimentamos en nuestros confinamientos. Si el confinamiento es transitorio y otra cosa que un arresto domiciliario o una anticipación infernal del mundo que viene, pues deberemos transitar no hacia una re-instauración, sino hacia la experimentación de una nueva política de la intemperie, hacia una fractura sensible que nos haga desplazar todo lo que el mundo anterior fijaba en su in-mundicia (se incluyen aquí nuevas relaciones con esa Naturaleza exterior que nos parecía fundamentalmente hostil, o cuando era buena persona: materia disponible a la forma de su sometimiento, al paroxismo de la extinción masiva de especies, en curso). Todo aquello, sino no habremos salido, nos habremos confinado aún más, nos habremos hundido abismalmente en la reificación de lo viviente, humano y no humano. Queremos un mundo donde las arañas puedan escribir sus frases sobre nuestros libros, y que sean buenos libros. Esto es, un mundo donde la relación con las existencias animales, vegetales o microbianas no destruya la cohesión del animal humano en relaciones inconciliables con su propia relación constitutiva (lo que en lengua castellana se llama sencillamente muerte ). Quizás todo esto pase hoy, en lo restringido de nuestros espacios por una acción también restringida, cada vez más restringida, pero incalculable: comenzar a darnos al detalle de una fractura, y tratar de relacionarnos con el sí del encierro como con un afuera en ciernes, buscar el punto de infinito en la realidad del presente, pasar del confinamiento al estudio, y así a una discontinuidad local, como el investigador se da al estudio de una nueva partícula, creando una relación singular, un devenir compartido entre lo desconocido y su aparición, ahí punto por punto, en la insistencia de una experiencia. En ella, lo nuevo crea otra novedad y, así, en su multiplicidad de pliegues, una nueva relación entre distintos planos, que siguen cada uno su fibra propia, y de su potencia toman otra juntura. Quizás, como una araña en el techo o un elefante en la habitación, el detalle de todo esto sea el virus mismo, saliendo de su anfibiosis como nosotros salimos de nuestros confinamientos, como relación ni simbiótica ni parasitaria, sino que como cuestionamiento del continuo viviente que se instaura, no entre una esencia humana y aquello que viene a ensuciarla, sino entre todo un espectro plural de nuevas relaciones sobre las que tenemos que decidir en común cómo vamos a integrar.

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