Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia
108 como avistar a lo lejos la pleamar de un océano estratosférico que arremeterá contra toda forma de vida. Con la aventajada vista que tengo desde mi hogar y dadas las medidas de prevención ante la crisis sanitaria, sería un crimen de lesa humanidad no detenerme a, como mínimo, discriminar los colores. Es un fenómeno cuando menos fascinante e inspirador, uno de esos grandes detalles de la cotidianidad que solemos desatender por lo mismo. A los ojos del artista, un tesoro de tan inconmensurable valor que se ha de privar al hombre de semejante epifanía natural. Eso sí, me cuesta pensar que es por mera consecuencia de un congénito sentido de la estética. Es como si se tratase de un telón de boca que deja entrever en su división un haz de luz, un atisbo de la verdad. Es un espejo parabólico, un relumbrón de las interrogantes metafísicas soterradas por las nuevas generaciones, de los vestigios de la memoria y los deseos del corazón. Advertimos en el degradado azafranado la aspiración por surcar desenvueltamente los piélagos del alma sin prorrumpir en sollozos de la soledad, por encontrar la más poética razón de vivir al mirar a alguien a los ojos, por la complacencia de haber vivido la vida a más no poder. Rescatamos del bermellón sonrosado por las remembranzas de un viejo amor la belleza en el dolor de evocar la juventud. Hallamos en el azul profundo de un crepúsculo que perece a merced de la penumbra un motivo por el cual evaporarse de la faz de la tierra. Si tempus fugit… ¿Carpe diem? El ocaso nos sitúa en la disyuntiva de nuestras vidas, cimentada en virtud del sentimiento que va proliferando en los recovecos de la mente, cual mar de llamas que abrasa el candor de las nubes hasta incendiar la tierra. Hemos de optar entre la búsqueda por esclarecer la silueta
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