Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia

107 La pandemia ha desencadenado la dilatación del tiempo, incluso en los parajes más recónditos del planeta. El día de hoy, su percepción es relativa y no hace falta fundamentación teórica para respaldar una aseveración así de palpable y factible. Para algunos, se ha suspendido y el día comprende una sucesión cíclica de recurrencias temporales, donde la fracción más pequeña de segundo existe en función de la infinidad que un sentimiento es capaz de albergar. Basta con la melancolía que corroe, la nostalgia por el pasado o el lacerante júbilo de amar para ceder a la perpetuidad de un santiamén. Otros son cautivos de la fugacidad del tiempo. Son callejeros en un día lluvioso. El frío los tiene agarrotados, pasmados de dolor, pero no hacen nada al respecto. Están ensimismados en un vano intento de ignorar la turbadora velocidad con la que cae cada gota, despavoridos por el instante en el que deje de llover. O tal vez eres como yo. Tal vez despiertas en la mañana y, en un abrir y cerrar de ojos, la luz del sol ha menguado para sucumbir ante la oscuridad de la noche. Tu día se reduce a la inmortalidad del atardecer, a la magnificencia y refulgencia de las lumbres en el cielo retrayéndose como la marea en la costa. Si hay un privilegio que la cuarentena no me ha arrebatado es el gozar del arrebol desparramado por los muros de mi habitación, y a veces, del atardecer en todo su esplendor, de esos que son “Las nubes vienen flotando a mi vida, no para seguir trayendo consigo lluvia o para escoltar la tormenta, sino para añadir color a mi cielo de atardecer”. Rabindranath Tagore Resplandor tras el Telón Cerúleo Felipe Matthey Estudiante

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