Esos grandes detalles: 92 relatos escritos durante la pandemia

10 Confinar es trazar una frontera, a qué sino a la multiplicación de las relaciones de cada detalle y a lo que éstos pueden poner en común como fractura, como pasaje inestable de un plano a otro. Basta con homogeneizar las relaciones posibles, por decreto, por bando, por cansancio o abandono. Oponer al riesgo una gestión, con su final ya bien sabido: después de los sacrificios presentes, el goce de los resultados de una próspera administración de las causas. Por eso un confín se conjuga (al imperativo) con la reclusión o el confort de las casernas. Pero en Santiago, desde el primer día, la criminalización de las solidaridades reales en la periferia de la ciudad han sido coextensivas al confinamiento, en el sentido en que exceden la habilitación de ciertas funciones autorizadas a la fuerza de trabajo o a la reproducción, a sus circulaciones normadas. Cada día hay quienes mueren por no haber tenido los sencillos medios para protegerse, hay mujeres y niños encerrados con sus verdugos, habemos también quienes le echamos mano a un volumen desempolvado de Proust. Confinar no es dar espacio a algo como una ética del cuidado, sino a un abandono de cada uno a su suerte, al habitar de su propio espacio codificado, ceñidos a su propia etiología. Por eso al triunfalismo morboso de los gobernantes oponemos, como su revés mecánico, nuestro pesimismo catastrofista. Por eso la gestión del riesgo por los expertos se verifica como la muerte de masas de personas. Por eso la temporalidad del confinamiento es la de una larga espera, más que la de una duración . Así se administra el genio de una vida reducida a su espacio privado y la pobreza se fija aún más en su insoportable violencia, reducida a la ausencia de espacio, a su in-mundicia. Cosa de simetrías, como cuando al final de una huelga a los vencidos se les dice: ¡cada uno a su casa! Y se restituye el mismo espacio de la fábrica, el uso de un tiempo dedicado a la utilidad y de otro consagrado a la ornamentación de nuestras condiciones de vida. Cada vez, colmar el espacio de un mismo esquema temporal, delinear una línea derecha el sentido pleno de una vida reconducida a su espacio propio, sin las fracturas de lo que podemos poner en común como novedad . La simetría es lo que se dice del “mundo, monótono y pequeño” ensanchándose por todo el confín. Con su parte de goce en las figuras de una nueva intimidad e introspección recuperadas al “ajetreo”, con su parte mutilada en las figuras de las imposibilidades, la culpabilidad o la desesperación. No es sorprendente que nuestros confinamientos se extiendan como la repetición exhaustiva de un mismo mando, sin interrupción, de una misma obediencia a la homogeneidad del espacio y el tiempo, obediencia debida por vía ministerial, policial o por el simple sentido común. Así, es imposible proyectar desde el confinamiento “el mundo de después” de otra forma que como la restitución del anterior, pero más pobre en sus relaciones materiales y de una homogeneidad aún más protegida, o violenta. En el mismo sentido va cualquier especulación que piense el tiempo futuro como el develamiento del contenido latente de nuestros confinamientos, como triunfalismo o catástrofe. ¿Cómo no destruirnos a golpe de culpabilidad o impotencia? ¿Cómo salir, entonces, del círculo de nuestros espacios cada vez más homogéneos y más pobres en detalles? No hay un futuro ahí en espera, no más que un contenido latente esperando por su develamiento. Apostar hoy por otro arreglo al cuidado

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