Reescrituras y contraescrituras de la escena de avanzada

237 Reescrituras y contraescrituras de la Escena de Avanzada “Existían, pese a la atmósfera abiertamente represiva, ciertos gestos, uniones, discusiones, es- pacios mínimos, en los cuales era posible reconocer y reconocerse. Allí se conseguía modular la re- beldía ante un sistema implacable que no cesaba… Precisamente en esos bordes, a partir de un conjunto acotado de escenas y es- cenarios, se forma el CADA, en el marco de ese pliegue del repliegue del mundo del arte, en una especie de zona acotada pero movilizada por la pasión política y cultural a la que obligaban esos años… En ese particular, acotado, angosto escenario fue notoria la irrupción de NR en el campo de las artes visuales, autora de la ya célebre noción “Escena de Avanzada” y de lo que más adelante se iba a denominar como “crítica cultural”. Los artistas Carlos Leppe y Carlos Altamirano formaron junto a NR un “grupo” que portaba sus parti- culares signos estéticos. Artistas como Eugenio Dittborn y Catalina Parra se reunían con los escritos de Ronald Kay. El CADA se sumó como otra construcción a partir de su planteamiento: “ciudad”.” Diamela Eltit, Archivo CADA. Astucia prácticas y potencias de lo común , Edi- tores: Fernanda Carvajal, Paulina Varas y Jaime Vindel, Santiago, Ocho Libros Editores, 2019, pp. 53-54. artísticos cerrados, lleva su radicalidad formal y conceptual a perturbar los hábitos de recepción artística de las instituciones en las que toma lu- gar activando desarreglos de la imaginación que emancipan la conciencia de sus espectadores. No quisiera tener que sacrificar la valoración crítica de la fuerza de desarreglo perceptivo y simbólico que contienen estas obras a favor, exclusivamente, del “activismo artístico” de la participación ciudadana consignada en el “No +” como si la exterioridad pública o la masivi- dad de los destinatarios fuese el único criterio que ratifica lo político del arte. Para mí, lo crí- tico-político del arte se juega en cualquier obra que, además de trabajar con la fantasía como detonante de cambios poéticos en los imagina- rios individuales y colectivos, somete a prueba los límites de su ubicación artística (cualquiera sea esta) cuestionando su entorno de significa- dos culturales y matrices sociales. Volviendo a los tiempos de la Avanzada, creo que fue muy significativa la tensión que separa- ba a quienes (E. Dittorn, C. Leppe, C. Altami- rano, C. Parra, etc.) no se sentían obligados a abandonar la especificidad de los espacios de- marcados como “espacios artísticos” (museos, galerías) para que el arte cumpliera un destino crítico-político y quienes (el CADA) conside- raban que “la vida concreta de la comunidad era la única obra de arte válida”. Frente a esta últi- ma tendencia a privilegiar “la vida como úni- ca forma creativa” (pese, hay que decirlo, que el CADA también ocupó espacios cerrados como museos y galerías), yo sigo teniendo interés crí- tico en preguntarme por el “coeficiente de ar- tisticidad” que es capaz de poner en escena una obra debido al grado de “autonomía relativa” (Hal Foster) mediante el cual el arte traza una distancia móvil y táctica entre las instituciones,

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