Cuerpos de la memoria: sobre los monumentos a Schneider y Allende

57 Máquinas estéticas, deseo y anamorfosis en la sociedad neoliberal mayor escala, estoy pensando básicamente en los fenómenos de gentrificación en los cuales el pasado es siempre pensado como capital cultural o como recurso simbólico complementario de procesos de reactivación económica. Despojado de su fuerza gubernamental, el pasado deviene producto, cosa disponible o instrumento al servicio de los dioses del mercado. Una cosa más entre las cosas, un objeto más para llevar en el carrito. A pesar de su densidad política, los monumentos a René Schneider y Salvador Allende no se han podido excluir del destino residual y cosmético que en la sociedad contemporánea se asigna a los objetos que expresan valores patrimoniales e históricos. De hecho, la obra de Carlos Ortúzar en homenaje a René Schneider sobrevive casi exclusivamente como pieza de archivo, objeto de estudio o pieza resignificada en función del paisaje neoliberal, mientras la de Arturo Hevia en conmemoración de Salvador Allende es una pieza ejemplar de lo que se podría denominar diseño urbano compensatorio; entendiendo por este concepto el proceso mediante el cual las economías avanzadas negocian los costos catastróficos de su implementación. El tinte espectral de ambos objetos radica en su impostura espacial, es decir, en el carácter residual de obras que no se pueden eliminar por el lugar que ocupan en una trama histórica todavía reciente, pero que tampoco se han podido volver a cargar de la intensidad deseante que simbolizan. De esta manera, en tanto expresiones de arte público, el monumento, la estatua y el memorial se quedan sin reservas semióticas con las cuales negociar sus contenidos éticos políticos o, en el peor de los casos, culturales, convirtiéndose en parte del diseño social, a la espera de un relevo por parte del mercado global. El carácter conmemorativo de la escultura no puede escapar al proceso de despolitización generalizado, revelándonos que las axiomáticas de la política, lo político y sus tecnologías de representación, basadas en la lengua oral y escrita, ceden su centralidad ante modelos de gubernamentalidad numéricos o aritméticos que modulan nuestro deseo a través de axiomas abstractos e irrepresentables. Estas nuevas formas de dar orden al colectivo centran su eficacia en la gestión de flujos y procesos indiferenciados, por lo cual ya no conciben al sujeto como fin exclusivo de su ejercicio. Más bien, el individuo y los residuos de su voluntad política serían una variante más a tomar en

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