Cuerpos de la memoria: sobre los monumentos a Schneider y Allende

51 Máquinas estéticas, deseo y anamorfosis en la sociedad neoliberal Como lo enuncia Byung-Chul Han: En Chile, el golpe de Estado inaugura la temporalidad del estallido, de la explosión, de la destrucción, de la disincronía, abre una época en la cual los símbolos y las representaciones han sido puestas a circular planetariamente. Convertidos en imágenes virtuales de baja resolución o en archivos digitales pdf, los contenidos de nuestra historia giran alrededor de una nada desatada. El caos, la acumulación y la multiplicación de informaciones e imágenes se manifiestan en la actualidad como el único “espacio disponible” para los signos de la historia. En un contexto de estas características, los monumentos, los memoriales los museos, los nombres de calles y de estaciones de metro, despojados del peso de lo real, devienen mera señalización, es decir, sistemas de signos que orientan a los sujetos, pero ya sin referir a nada concreto o materializable. El interés que reviste mirar o revisitar el monumento al General René Schneider y la estatua del Presidente Salvador Allende está relacionado estrechamente con las múltiples problemáticas mencionadas hasta aquí. Estos cuerpos escultóricos emergen en programas de realidad que –por razones particulares a cada época– relativizan profundamente el sentido y la función política o ideológica que lo escultórico siempre ha tenido en el espacio urbano. De hecho, tanto la obra de Ortúzar como la de Hevia aspiran a rememorar hechos imprescindibles para nuestra historia reciente. Sin embargo, es justamente la posibilidad de que estos artefactos produzcan una memoria o una historia país la que es puesta en entredicho por las transformaciones que traman nuestra contemporaneidad. La crisis de hoy remite a la disincronía, que conduce a diversas alteraciones temporales y a la parestesia. El tiempo carece de un ritmo ordenador. De ahí que pierda el compás. La disincronía hace que el tiempo de tumbos. El sentimiento de que la vida se acelera, en realidad, viene de la percepción de que el tiempo da tumbos sin rumbo alguno ( El aroma del tiempo, Pág. 9).

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