Escultura y contingencia 1959-1973
73 Escultura y Contingencia lo que está detrás de estos dispositivos tridimensionales es la configuración de un meta-relato estético cuya potencia enunciativa no radica en lo ilustrativo, sino en su capacidad para transducir en relaciones estéticas la multiplicidad de formas en las que la tierra es habitada y habilitada políticamente por un pueblo. Lo que me interesa apuntar es que la producción escultórica chilena de los 1960 e inicios de los 1970 está completamente habitada por los espectros del americanismo escultórico, de manera de que sus formas de hacer y de ser traslucen las huellas y los residuos que les precedieron. Ahora bien, estas reminiscencias, sobrevivencias y retornos americanistas que contaminan o contagian de aspectos sensoriales o plásticos la escultura chilena de los 1960 tienen un efecto adicional: el de enturbiar, oscurecer o arruinar la lucidez y la luminosidad conceptual que se les asigna o demanda a sus producciones. Esto, en particular, sería problemático desde una perspectiva neovanguardista que, al subrayar la irrupción de la dimensión lingüístico- conceptual, tiende a obliterar la pluralidad semántica de las obras del período 4 . En distintas lecturas que se dan de los 1960 y 1970, en efecto, se suele ver la expresión neta de una suerte de neovanguardia local, es decir, de propuestas que calzan o responden a los procesos de desmaterialización, espacialización y expansión realizados por los artistas norteamericanos y europeos. A mi parecer, estos fenómenos inciden en la conformación de nuevos campos de experimentación, pero no conllevan un desarrollo similar, más aún cuando los procesos políticos vividos por el país estaban orientados a consolidar un programa de autonomía cultural que seguía descansando en el supuesto de una identidad latinoamericana, entrelazada ahora a una concepción materialista de la historia. Desde este punto de vista, si se tratara de aplicar a la escultura chilena previa al golpe de Estado una lectura como la de Rosalind Krauss en su emblemático 4 En especial esta mirada la desarrolla Hal Foster en El retorno de lo real (1996), volumen lúcido, pero cuya aplicación local puede hacerse cómplice cierto colonialismo cultural.
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