Estética de la intemperie: lecturas y acción en el espacio público

43 El mural se convierte –ahora- en testimonio de grandeza patrimonial y reconciliación entre el ornamento corporativo y la estética política. Deja su función callejera y se oculta en un mundo subterráneo donde se integra a los múltiples juegos visuales que el metro utiliza para administrar la espera y el viaje. Pierde su traza de objeto anónimo y se petrifica en la retórica institucional del arte público convertido en el nuevo fetiche de los grandes sistemas económicos para decorar su administración. Así, en una ciudad donde las violencias del pasado y los castigos de la dictadura militar han mutilado tantas biografías, los lugares para describir y expresar una historicidad litigante son constantemente amenazados de desaparición por la velocidad de los flujos globalizadores que rastrean lo incómodo y negado en las pantallas con sus tecnologías de la instantaneidad mediática. En el año 2008 se inauguró en la estación del Metro Parque Bustamante un nuevo mural que recupera la gráfica partidista de los años 60 -cuando en la ciudad de Santiago aparecieron las primeras brigadas muralistas-. El proyecto cita el mundo del trabajo y alegoriza las luchas sociales –sólo que con una cuidada estética- ajena a polarizaciones y más bien dentro de una poética neutral sin inclinaciones odiosas. La superficie de la estación es ocupada por una épica sin sujeto y justifica un gesto estético de reconciliación cerrado sobre sí mismo. El mural se esconde en los subterráneos y sirve de pared a una racionalidad capaz de ensamblar todos los estilos artísticos, según la estación, la línea y el sector social que la ocupa. Una especie de visualidad corporativa para las masas de acuerdo a: línea 5 discurso popular; línea 1 discurso republicano. Las estaciones, a modo, de vitrinas exhiben obras que parecieran clonar la velocidad de los trenes, congeniar la rapidez y el tiempo con vagones que llevan miles de cuerpos movilizados por la producción y las exigencias del trabajo. Esta voracidad vuelve urgente la pregunta de ¿cómo inscribir el recuerdo de ese pasado dañado en circuitos de referencialidad pública que le den figuración simbólica, textura y densidad existenciales, al acto de recordar? Los parques Carlos Ossa

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