Estética de la intemperie: lecturas y acción en el espacio público

Estéticas de la Intemperie 36 Rostros a la deriva De diversas maneras es posible recrear las tensiones (nunca exclusivas y únicas) entre represión política y modernización económica, entendiendo que ambas se diluyen sin testificar con claridad sus efectos simbólicos, pues se diseminan por el mapa urbano encontrando hospedaje o rechazo en las rutinas callejeras de millones de santiaguinos. Por ejemplo, las reconfiguraciones de lo popular determinadas por la democracia de los acuerdos -que tiene horror al exceso- reduce lo heterogéneo a crimen, desacato o sexo sin ley. Si es cierto que la historia comienza cuando la memoria termina, como dice Maurice Halbwachs, lo popular ha perdido su localización urbana y con ello su prosa de reivindicaciones queda reducida a alteración del orden público. Una narrativa mediática, convertida en policía simbólica, censura y vigila la circulación y la conversación de los cuerpos peligrosos . Santiago es una ciudad sin héroes y sus personajes habitan un nosotros inconcluso. Aunque los miembros de la farándula, del deporte, la política y el comercio se repiten seriadamente en la máquina televisiva, su eco es precario e inestable. Sólo logran iconizar una actualidad cambiante que sustenta sus innovaciones y renovaciones en el trueque y la permuta banales. Cuando se les pregunta a los santiaguinos por los personajes de la ciudad, responden aleatoriamente sobre caracterizaciones u oficios: vendedores ambulantes, choferes de micros, obreros de la construcción, carabineros, entre otros. Nombran figuras diversas, cruzan citas reales y ficciones, evitan la precisión de la designación, eluden la gran figura heroica. A pesar del número frecuente de alusiones a figuras políticas o mediáticas (los ex alcaldes de la Municipalidad de Santiago, Jaime Ravinet y Joaquín Lavín; Don Francisco, la ex Miss Universo Cecilia Bolocco o el futbolista Iván Zamorano), la mayoría identifica a la ciudad con el sujeto popular: el lustrabotas, el oficinista, la empleada, el vagabundo, la dueña de casa, etc. De alguna manera la “identidad común” se asocia con lo mínimo, lo ausente de proeza y anónimo

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