Estética de la intemperie: lecturas y acción en el espacio público
267 Pronto lo magro de su imagen, como la de un viejo acá en Santiago que cotidianamente se sentaba en una banqueta oblonga en la vereda frente un portón metálico de lo que fue un taller en Quinta Normal y sólo miraba quién sabe qué al frente por sobre los tejados, su imagen tediosamente repetida, siempre repitiéndose en la suma de días incontables desapareció sin que nadie reparara en su ausencia definitiva. Ya no hay intercambio, ni relación con nada ni con nadie. Entonces ahí, donde el cuerpo, el cuerpo de obra, en tanto visualidad cargada de espesor, cuerpo y puesta en obra y materialización de un sentido, se torna sólo una cosa in-significante, pura materialidad sin fondo y sin posibilidad de interlocución, un fragmento de objeto o asunto que ya perdió su referente. Ahí pudiera sólo quedar la remota posibilidad de la extrañeza. Se trata de ese punto intermedio limítrofe del no-lugar, allá afuera, que es pura incertidumbre. Lugar del miedo, el frío primordial a la intemperie de un lugar que no nos reconoce y que opera según sus propias leyes. ‘Volvieron a pasar muchos días, pero llegó uno en que también aquello tuvo su fin. Cierta vez un inspector se fijó en la jaula y preguntó a los criados por qué dejaban sin aprovechas aquella jaula tan utilizable que sólo contenía un podrido montón de paja. Todos lo ignoraban, hasta que por fin, uno, al ver la tablilla del número de días, se acordó del ayunador. Removiendo con horcas la paja, y en medio de ella hallaron al ayunador. ¿Ayunas todavía? – Pregúntole el inspector- ¿Cuándo vas a cesar de una vez? -Perdónenme todos –musitó el ayunador, pero sólo lo comprendió el inspector que tenía el oído pegado a la reja’.* ‘-¡Limpien aquí! –ordenó el inspector, y enterraron al ayunador junto con la paja. Más en la jaula instalaron una pantera joven. Era un gran placer, hasta para el más obtuso de los sentidos, ver en aquella jaula, tanto tiempo vacía, la hermosa fiera que se revolcaba y daba saltos. Nada le faltaba. La comida que le gustaba traíansela sin largas cavilaciones sus guardianes. Ni siquiera parecía añorar su libertad’.* La autorreferencia artística y/o teórica, igual que en el exceso de autoconciencia individual de la existencia sólo genera incertidumbre, miedo ante la posibilidad de disolución, muerte, y el sujeto, su cuerpo finalmente, es el lugar de donde aún se manifiesta. * Franz Kafka, Un artista del hambre. Francisco Sanfuentes
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