Estética de la intemperie: lecturas y acción en el espacio público

255 Mi primera relación con la ciudad e inicio del viaje fue a través de la abstracción de un mapa y la fantasía de recorrer sus calles desde Santiago. En el plano de una ciudad las calles son una maraña confusa de nombres y líneas, donde de tanto en tanto salta a la vista un nombre, una palabra, quizás el dibujo extraño de una calle. Pensé entonces en la posibilidad de encontrar allá aquel libro de Rouault siempre persistente, aunque cada vez más difuso. Cerca del extremo derecho y arriba del mapa marqué una pequeña calle flanqueada por dos trazos verticales, me atrajo lo evocador de su nombre: la rue des Solitaires (la calle de los solitarios). Probablemente la recorrería para cotejar mi fantasía con la calle real, si es que se puede afirmar aquello que sea lo real de una calle. En una librería, la primera que visito, encuentro un ejemplar del libro al que me refería: MISERERE de Georges Rouault. En su interior se encuentran las reproducciones de 59 de sus grabados y sólo una sin presencia relevante de figura humana, es la imagen de una tosca y oscura calle en fuga. El grabado se titula Rue des Solitaires. (Calle de Los Solitarios) En el texto de la página se señala que Rouault nació y vivió parte de su infancia en esa calle. Nunca he pretendido dotar de algún sentido o certeza permanente a dicha coincidencia, sólo he constatado el hecho y mi sospecha de que algo que a veces toma la forma de una complicidad pudiera estar trazado a contrapelo del devenir cotidiano y familiar de una ciudad, a cuyo origen siempre nos será imposible asistir. Cuatro años después, en febrero del 2003, viajo nuevamente a París con una serie de placas de metal oxidadas, desechos de Santiago y de mi propio trabajo. Eran pequeños soportes de figuras de alambre que desde su precariedad material evocaban las figuras de los grabados de Rouault. Su fin fue adherirse como intervención a los muros de la Rue des Solitaires durante el tiempo que dure el anochecer. Fueron veinte piezas clavadas e iluminadas por ampolletas de 6 V que cuyas baterías se extinguieron al cabo de tres horas. Luego de un par de días todas habían desaparecido, excepto una que contenía mecanografiado un poema que el mismo Rouault escribió a propósito del grabado. Francisco Sanfuentes

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