Estética de la intemperie: lecturas y acción en el espacio público

Estéticas de la Intemperie 254 posible que reproducir en off-set mil ejemplares de la imagen que deja ver a un niño junto a su perro enmarcados en la figura de un Sagrado Corazón torpemente delineado en un papel de cuaderno. Se trataba de devolver ese miserable enigma adonde pertenece, abandonándolo progresivamente en las calles de cualquier ciudad y según lo que el azar dictamine. Esas calles que se constituyen en el desvío son también la experiencia del viaje. Algo así como dar vueltas en la esquina que no se debió girar, aplicar y repetir alguna fórmula para caminar las calles como si tratase de un tablero de ajedrez, y quién la camina, transformado en una de sus piezas gobernada por una fórmula ahora inútil, para que finalmente algo se deje ver o simplemente proyectarle los atributos de nuestro deseo. Así la calle acontece como quiebre en los intersticio de la ciudad, es la posibilidad de habitar unos instantes en el acontecimiento prodigioso de un encuentro que sospechamos estaba ahí para nosotros y algo nos susurra desde su boca de sombra. De pronto, hay una serie de menudos acontecimientos que se van encadenando sigilosamente en un período de años hasta que aparecen llenos de sentido en el descubrimiento súbito de lo que me aventuro a llamar nuevamente una sincronía, cuyo fondo y legibilidad parece que siempre permanecen ocultos en las calles que le propiciaron. Hablo aquí de lo que articuló desde la breve mirada a un libro del pintor y grabador francés Georges Rouault, un viaje a París y una pequeña calle descubierta en el plano de la ciudad. En efecto, hay libros que incluso en su aparente abandono en la ciudad, parecieran esperar agazapados en algo así como una emboscada, y que a veces se dejan descubrir, a ver si desatan el acto de coincidir con una mirada, sumándose luego como un fragmento más del relato de una vida. A pesar de lo difuso de su recuerdo, había trascurrido algunos años del primer encuentro con dicho el libro, siempre fue persistente la implacable frontalidad de sus imágenes, cierta densidad nocturna raspada como para iluminar esa densa imaginería de dolor.

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