Estética de la intemperie: lecturas y acción en el espacio público
245 cuerpos, ni significados unívocos para los materiales urbanos: la ciudad –revuelta en sus nombres– se orilla a sí misma y habita la intemperie de una página 11 . Otro es el espacio callejeado por la protagonista en Un invierno de lluvia 12 de Lise Tremblay, errabundeo que recorre y colma la novela entera en la desolación del lugar que falta: (...) había dejado de caminar. Luego, no sé por qué, volví a hacerlo. No podía evitarlo. Me pasaba la mañana esperando que fuera hora de prepararme. Partía a comienzos de la tarde y sólo volvía con el atardecer. Me detenía siempre en el mismo café, me había vuelto una parroquiana. No me gusta esta palabra. En el medio de la tarde, es la hora de los locos y de los desobrados. El hombre flaco venía a menudo. Todos están sentados a solas, uno por mesa, muchos tienen al frente un cuaderno abierto y escriben o pasan largos minutos mirando el vacío mientras hacen girar un lápiz en la mano. Miro a las mujeres. La locura las encoge, las aplasta contra los muros. Todos sus gestos son lentos, apenas perceptibles. Tragan constantemente su saliva. La locura reseca sus bocas. Están mal vestidas, ya no saben cómo poner en valor una joya, ni amarrar un pañuelo, ni combinar los colores de su ropa. Su piel está seca, pronta a escamarse. La locura reseca a las mujeres, sus cuerpos, vuelve dolorosos sus sexos. Los hombres son distintos, menos tristes. Parecen extraviados, sobreexcitados. A veces se interpelan de una mesa a otra, sus voces son demasiado altas. He visto sobresaltarse a algunas mujeres. Nunca hablo de estas horas pasadas en el café, ni de la caminata que las precede. Es como si eso no existiera, como si el hecho de caminar no contara. La soledad en que llevo a cabo estos ritos invalida el tiempo. Los que caminan ya no creen que existen. Están enteramente engullidos por lo que los rodea. Tengo en la memoria grietas de veredas, el recuerdo exacto de una reja de fierro forjado esculpida con ramos de tulipanes, la madera parda aceitada de los postes telefónicos y los pedazos de papel rasgados colgando en la punta de los espetones de metal. A veces me detenía y retiraba los papeles . Guadalupe Santa Cruz 11 Sold-out (étreinte/illustration), op. cit. 12 Lise Tremblay. Un hiver de pluie, XYZ éditeur, Quebec, 1990.
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