Estética de la intemperie: lecturas y acción en el espacio público
Estéticas de la Intemperie 222 de la propia institución del arte, ensayando a lo largo de todo el siglo XX alterar sus propios límites y códigos de legitimación. Es necesario entonces abrir el concepto de intemperie a múltiples posibilidades de significación. La vanguardia expone en toda su radicalidad, el problema que sería inherente a toda historia, a saber, que los acontecimientos que ésta registra se definen por ser o haber sido portadores de un potencial de transformación –y por lo tanto también de destrucción- inédito, un coeficiente de alteración que necesariamente pone en cuestión los códigos de lectura heredados, códigos de los que el presente dispone –o dispuso en algún momento- para leer e inscribir la producción artística [ he abordado este tema en ‘Arte y acontecimiento. Lo imposible en el arte’, en Pensar el acontecimiento. Variaciones sobre la emergencia, Colección Teoría, Departamento de Teoría, facultad de Artes, Universidad de Chile, Santiago de Chile, 2005, pp. 224-239 ]. En este sentido, la transgresión artística opera en el ámbito de los recursos formales y, en general, representacionales, que dan cuerpo y presencia a la obra. Hay entonces una paradoja en el tratamiento histórico de la vanguardia, en la medida que se considere que lo vanguardista es un acontecimiento que no puede tener lugar, pues consiste literalmente en un acontecimiento imposible, que se define por poner en cuestión los modos instituidos de inscripción en las artes. Si en la vanguardia la subjetividad trabajaba en su propia aniquilación como sujeto de conocimiento para recuperarse más allá de la prepotencia de lo pre-dado, entonces el momento del acontecimiento es irreductible, como ex-posición (fuera de la institución) pero también implica el riesgo de perderse simplemente en la nada, en la ausencia de obra dado lo ilegible e la negatividad de la cual es portador. La vanguardia trabaja, pues, un problema esencial al arte moderno, a saber, la imposibilidad que lo constituye como imposibilidad de acontecer en una historia ya sancionada, siempre demasiado llena y satisfecha con el discurso historiográfico que ha suturado las discontinuidades, las huellas de la violencia. La tarea de la vanguardia ha sido el no-lugar del arte o, para ser más precisos, el arte como lugar de lo que no tiene lugar: (...) la
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