Archivo: diálogos iniciales
157 Conocí a Lenin muy pronto tras llegar a Moscú a estudiar economía en la Universidad de los Pueblos Unidos. Allá todos los chilenos nos ubicábamos. A mí me cayó muy bien él, lo que no era difícil; Lenin se destacaba. Escribía poemas, era líder, deportista... Después de que nos hicimos amigos, me contó que había participado en la selección de nuestra aplicación a la universidad. Para postular a la beca teníamos que presentar una biografía, así que conoció mi historia. Yo tenía problemas familiares, mi papá era un buen padre, pero era alcohólico: había dramas, y por eso decidí irme a estudiar a Rusia. Creo que él empezó a apoyarme en ese momento, con mi postulación, y no paró más. Cuando mi mamá se enfermó de cáncer en mi segundo año de estudios, Lenin estuvo muy cerca. Después de su muerte, me tuve que quedar en Chile para apoyar a mi hermano de 16 años y él me escribía diciéndome que podíamos conseguir una beca para él y me enviaba libros para que pudiera seguir estudiando. Cuando regresé a Rusia en 1969, ahí también estaba Lenin acompañándome. Fue en una fiesta de cumpleaños de un amigo, en enero del 70, cuando Lenin y yo nos pusimos a bailar blues. Empezamos a bailar bien cerca, coqueteando, pero me sentía extraña porque pensaba, creía estar segura, de que él estaba casado. Lo afronté y me respondió que hacía mucho había acabado la relación, pero que no lo comentaron para resguardar su privacidad. No sólo seguimos bailando, sino que me empezó a visitar y me regalaba duraznos congelados (un lujo en Moscú) y chocolates. Pero habíamos sido amigos por mucho tiempo y yo no sabía qué hacer. Él me aguantó por meses. Ya llevaba un tiempo extrañada porque Lenin no se aparecía, cuando un día salí a comprar, y lo vi en la calle de la mano con una mexicana, una de sus compañeras de curso... Perdiste, me cansé, me dijo con esa mirada terrible que tenía. Durante días después de eso, pensé en la vez del blues, cuando me dijo que quería quererme sólo para hacerme feliz, pensé que me había mentido, pensé que no me había visto a mí misma tan destrozada y Verónica Troncoso | Paulina Soto
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